Alexander González y Rebeca Soto piensan que sí es posible vivir de la agricultura. Ellos lo están intentando en medio de una difícil coyuntura derivada del aumento estrepitoso del costo de los fertilizantes y de la pandemia.
Ambos productores son de los pocos jóvenes que lo arriesgan todo para dedicarse a: producir alimentos, trabajo por el que sienten una gran vocación y también mucha satisfacción.
González y Soto son pequeños productores pertenecientes a un sector que ha venido en franca reducción. El Informe del Estado de la Nación 2020 muestra que en el 2019 se registraron 408 339 hectáreas, un 17,7 % menos del área sembrada en relación con el 2011 (año en el que se reportó el valor más alto del período estudiado).
El panorama actual es poco halagüeño para muchos pequeños agricultores, ya que todos los días tienen que hacer malabares con los números debido a los altos costos para producir, en especial por el precio de los fertilizantes importados.
A ello se suma el hecho de que aún no se reponen de la resaca que les dejó la pandemia. “Por estos lados el sector está quebrado”, lamenta González. Él siembra fresas en un terreno familiar en las faldas del volcán Irazú, en Oreamuno de Cartago.
A sus 31 años y con la secundaria completa, este joven productor ha tenido que diversificar sus cultivos con papa, repollo y cebolla para mantenerse a flote en la coyuntura presente. También le ha ayudado el hecho de que adoptó la estrategia de comercializar directamente los productos y, con esto, eliminar al intermediario de la cadena de distribución.
A muy pocos kilómetros de su parcela en la localidad de Potrero Cerrado, Rebeca Soto Valverde, de 32 años, produce semillas de fresa en un invernadero que alquilan en la planta La Chinchilla, de la Corporación Hortícola Nacional.
Ella es ingeniera agrónoma graduada en la Universidad de Costa Rica (UCR) y junto con su marido y colega, Marco Esquivel Solano, crearon hace unos cuatro años la empresa Meprocem, gracias al impulso económico de otra firma aliada.
El proveedor de materia prima para el cultivo de fresas también sufrió los embates de la emergencia sanitaria y dejó de producir las plantas madre que Rebeca y Marco utilizan en sus almácigos. A su vez, esta situación repercutió en la actividad de González, su siembra de fresas cayó significativamente.
Agrava la situación a nivel planetario los efectos del cambio climático y de la variabilidad climática. Los eventos son cada vez más constantes y extremos.
A ello se agrega el hecho de que ya se han empezado a sentir los efectos negativos para el ambiente y la seguridad alimentaria de las prácticas agrícolas no sostenibles de uso y gestión del suelo, que durante mucho tiempo han predominado.
Uno de los principales problemas que se mencionan es el crecimiento en la importación y uso de plaguicidas.
Todo esto, según el Informe del Estado de la Nación, pone en riesgo el ambiente, la producción de alimentos y la salud humana.
Tradicionalmente, el sector agrícola ha sido muy importante para el país en la producción de los alimentos básicos de consumo local, así como también de productos frescos para la exportación, subraya el Dr. Gustavo Quesada Roldán, docente e investigador de Agronomía de la UCR.
Pero la composición de la estructura de este rubro ha variado en las últimas décadas, indica el citado Informe. Los cultivos agroindustriales se expandieron al pasar de un 49,48 % del área agrícola sembrada en 1990 a un 62,7 % en 2019.
En el mismo período, cinco productos sumaron el 75 % del total del área sembrada: caña de azúcar, banano, piña, café y palma aceitera, mientras que los granos básicos, las hortalizas y las raíces alcanzaron menos del 10 %.
Los granos básicos, de gran importancia en la dieta costarricense, se redujeron en un 66,5 % en dicho período.
¿Cómo se están supliendo las necesidades de consumo en el mercado local? Al respecto, el M. Sc. Carlos Luis Loría, también académico de la Escuela de Agronomía de la UCR, comentó que algunos de estos productos se podrían cultivar en territorio nacional, pero al estar insertos en un mercado global el país tiene que ser competitivo.
Adaptarse e innovar parecieran ser alternativas para enfrentar los tiempos actuales de constantes cambios y desafíos de las sociedades globales, en especial para quienes se dedican a labores del campo y comercializan alimentos.
“En el tema agrícola todos los días las cosas cambian y todos los días hay que adaptarse”, apunta Alex González y corre a explicar: los hábitos de consumo de la población han variado y se enfocan hacia productos más naturales y con menos uso de agroquímicos. También ha habido una transformación en los puntos de venta, ahora la gente quiere recibir los alimentos frescos directamente en la puerta de su casa.
"En la empresa de Rebeca Soto y Marco Esquivel se apuesta a dos elementos diferenciadores, el primero la inocuidad y la calidad de los materiales que producen. Por eso, explica Soto, en los almácigos utilizan sustratos y no hacen mezclan con tierra o granza, para garantizar un producto libre de cualquier plaga o enfermedad. El segundo, buscan semillas de buena calidad y entregan a los clientes las plantas completamente enraizadas.
La Dra. Laura Brenes Peralta, profesora e investigadora de la Escuela de Agronegocios del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC), argumenta que gran cantidad de pequeños productores han empezado a adaptarse a los cambios para mantenerse en la actividad agrícola e, incluso, algunos se han mostrado abiertos a la utilización de tecnología.
“Definitivamente esto no es algo fácil de hacer, tiene diferentes factores que pueden condicionar esa adaptación, como es el origen cultural, la escolaridad y otros aspectos relacionados con la resistencia al cambio”, afirma.
Sin embargo, hay aún una serie de dificultades a las cuales es necesario ponerle atención y resolver como país para cumplir con las nuevas condiciones de producción y comercialización globales.Por ejemplo, una de ellas es la inscripción y utilización de nuevas moléculas, que permitan alcanzar sistemas alimentarios sostenibles y más eficientes.
“Esto le pone un reto a los productores para que puedan satisfacer condiciones de calidad, inocuidad y sostenibilidad”, recalca Brenes. Aunque tuvieran la intención de hacerlo, están un poco amarrados, ya que se requiere la voluntad política para facilitar el cambio.
Por otro lado, importamos materias primas para la fertilización y control de plagas y enfermedades a precios elevados que son determinados por el mercado internacional.
Esto nos coloca ante oportunidades de innovar y visualizar otros insumos alternativos para el sector agropecuario, opinan los especialistas.
La agricultura se caracteriza por ser una actividad en la cual “el riesgo es muy alto”, reafirma Loría Quirós, quien desde hace 20 años enseña a estudiantes de la carrera de Agronomía en el curso sobre proyectos productivos, Manejo integrado de sistemas de producción agrícola. Actualmente, lo imparte junto con el profesor Quesada Roldán.
Loría destaca que esos riesgos están asociados a múltiples factores que pueden causar la pérdida total de un cultivo, desde enfermedades y plagas hasta factores climáticos, con las consiguientes consecuencias para la economía de los agricultores.
Por eso, en la Escuela de Agronomía preparan a los jóvenes estudiantes para que desarrollen capacidades y habilidades que les permita insertarse mejor al mercado laboral como profesionales o como emprendedores.“El curso nació con la idea de que si el estudiante graduado no encuentra trabajo pueda emprender una actividad agrícola. Claro, no todos son emprendedores, pero algunos tienen el gusanillo de emprender, entonces este curso les sirve de arranque”, comenta Loría Quirós.
Quesada Roldán subraya la importancia de que los universitarios adquieran habilidades y destrezas en la toma de decisiones sobre aspectos técnicos, operativos, financieros y administrativos.
El requisito del curso es desarrollar un proyecto productivo con recursos propios de los estudiantes. Ellos deben desarrollar desde la conceptualización de la idea hasta la comercialización de los productos.En palabras del Dr. Quesada Roldán, se trata de que lo estudiantes sientan confianza y adquieran experiencias como emprendedores.“Se busca que los estudiantes sientan confianza, que vivan una experiencia real de producción, en la cual una mala decisión puede dar al traste con el cultivo”, expresa el docente.
Según los expertos, la incorporación e integración de las nuevas generaciones a la actividad agrícola es fundamental para garantizar la producción de alimentos que necesita nuestro país y nuestro planeta, pero para ello se requieren estímulos.
Las organizaciones sociales, como las cooperativas y otras organizaciones locales, pueden contribuir mucho a incentivar a los jóvenes para que salgan de sus comunidades a estudiar y luego regresen y aporten al desarrollo de sus lugares de origen y de sus familias.F