Al conmemorar su 85 aniversario, la Universidad de Costa Rica (UCR) no enfrenta una simple prueba de fuego, sino una encrucijada histórica que definirá su relevancia en el siglo XXI.
La Institución que fue pilar en la formación de la República y que conectó al país con la era del internet se encuentra hoy ante un dilema existencial: liderar la transformación educativa en la era de la inteligencia artificial generativa (IAG) o resignarse a ser una espectadora pasiva de un cambio paradigmático irreversible.
La disyuntiva es clara: abrazar el pensamiento exponencial o refugiarse en la cómoda, pero cada vez más obsoleta, inercia del pensamiento lineal, a las puertas de la disrupción más grande que será la inteligencia artificial general.
El diagnóstico actual es, cuando menos, preocupante. Mientras instituciones de educación superior públicas y privadas en la región y el mundo diseñan e implementan políticas integrales sobre IA, la UCR mantiene una postura fragmentada y predominantemente reactiva. Existen, sin duda, valiosos esfuerzos en centros, institutos y unidades académicas, que lideran iniciativas a nivel nacional e internacional en el tema, pero estas son vistas como islas de innovación en un archipiélago institucional que carece de puentes y de una carta de navegación común.
Esta desconexión quedó crudamente expuesta con la irrupción masiva de la IA generativa en el 2022. La reacción institucional inicial —prohibición, vigilancia y un palpable pánico académico— fue sintomática de un enfoque lineal ante un fenómeno exponencial. Seguimos entrampados en debates sobre cómo evitar que el estudiantado utilice estas herramientas para el fraude, una preocupación válida pero miope, que nos distrae de la pregunta fundamental: ¿cómo debemos reimaginar radicalmente la enseñanza, repensar nuestro modelo educativo y evaluativo, en un mundo donde la información es una mercancía y el pensamiento crítico es el verdadero capital?
Esta resistencia, es preciso insistir, no es meramente un reflejo de la tecnofobia. Sus raíces son más profundas y sistémicas: responden a una cultura institucional que, históricamente, ha privilegiado la estabilidad sobre la innovación disruptiva, así como a unas estructuras administrativas diseñadas para el control y la predictibilidad, no para la agilidad y la experimentación que la era de la IA exige.
El costo de esta inacción se acumula cada semestre, ampliando la brecha de competitividad y dejando a nuestros estudiantes, investigadores y personal administrativo usando estas herramientas sin orientación pedagógica, perdiendo la oportunidad de desarrollar las competencias críticas que definirán su futuro profesional. Para salir de esta encrucijada, la UCR debe asumir un rol proactivo, articulado en cuatro ejes estratégicos fundamentales.
La necesidad más apremiante es desarrollar una alfabetización en IA de alta calidad para toda la comunidad universitaria. Esta debe trascender la superficialidad de la "ingeniería de peticiones" o el simple reconocimiento de "alucinaciones". Requerimos una comprensión crítica, profunda y funcional de qué puede hacer la IA, cómo opera internamente y cuál es su potencial transformador.
Esto implica implementar programas que aseguren que todo funcionario y estudiante, sin importar su especialidad, adquiera esta fluidez. A su vez, es crucial "enseñar a nuestro cuerpo académico". La UCR debe lanzar una capacitación masiva y continua de su personal docente, no como una opción, sino como un pilar de la excelencia académica.
Dicho esfuerzo debe complementarse con una robusta "alfabetización de datos", pues sin entender la procedencia, gestión y ética de los datos, la IA se convierte en una caja negra que puede amplificar sesgos y perpetuar injusticias.
Paradójicamente, en la era de la IA, las habilidades intrínsecamente humanas se vuelven el diferenciador clave. La comunicación efectiva, el pensamiento crítico, la colaboración, la creatividad y la inteligencia emocional son la base para el aprendizaje continuo y, sobre todo, para la capacidad de aplicar el juicio humano a los resultados generados por máquinas.
La misión de la Universidad debe ser, por tanto, cerrar las "brechas de la IA": la brecha de verificación, enseñando a validar y auditar el contenido de la IA; la brecha de pensamiento, fomentando un escepticismo constructivo; y la brecha de confianza, dando a los estudiantes el dominio para presentar material cocreado con estas herramientas. Se debe enseñar a concebir la IA como un poderoso asistente, no como un sustituto del esfuerzo intelectual.
La IA exige un cambio fundamental en las metodologías pedagógicas. Debemos movernos de la integración de herramientas a la transformación de los entornos de aprendizaje. La IA no debe ser un coto cerrado de la informática; debe ser un tejido conectivo transversal en todas las disciplinas. Imaginemos a estudiantes de Arquitectura colaborando con una IA para generar y probar miles de diseños estructurales sostenibles en minutos; a futuros médicos usando simuladores de diagnóstico que se adaptan a su nivel de conocimiento; o a estudiantes de Historia debatiendo con un "chatbot" entrenado para argumentar desde la perspectiva de una figura histórica.
Adicionalmente, ante la inevitable disrupción laboral, la universidad pública tiene la responsabilidad de ofrecer programas ágiles orientados a mejorar las habilidades y competencias digitales para la fuerza laboral, consolidando así su rol como motor de movilidad social y económica.
La adopción de la IA debe estar anclada en principios orientadores sólidos y en políticas institucionales claras. La UCR debe continuar siendo un bastión de la innovación responsable, inculcando activamente los principios de una IA confiable: supervisión humana, robustez técnica, privacidad de datos, transparencia, equidad, bienestar social y rendición de cuentas.
Es imperativo enseñar a la comunidad universitaria a proteger la privacidad y a ser transparentes sobre el uso de estas herramientas, incluyendo la citación adecuada como norma de integridad académica. Más importante aún, la formación debe incluir la capacidad de detectar y mitigar los sesgos inherentes a los modelos de IA, para que la tecnología sirva como un ecualizador y no como un amplificador de las desigualdades existentes.
La Universidad de Costa Rica debe repensarse como un centro de capacitación integral para el siglo XXI. La historia hoy nos juzgará por las decisiones que se tomen frente a un cambio impulsado por los avances tecnológicos, nos juzgará por nuestra capacidad de transformación y por nuestra capacidad de adopción. La elección es clara: ser protagonistas en la construcción del futuro educativo o convertirnos en una reliquia de nuestra propia resistencia. El riesgo no está en usar la IA, sino en renunciar a liderar su implementación ética, segura, responsable, crítica y humanista.
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