Los resultados de las investigaciones desarrolladas por la UCR en la zona azul costarricense muestran que las personas centenarias tienen una mejor condición de salud que sus hijos y sus nietos. En la foto, doña Dora Amparo Bustos Duarte, de 103 años, y su hija, en San Blas de Sardinal, Carrillo. Foto cortesía de Georgina Gómez, proyecto Ucrea UCR.
En el V Informe sobre las zonas azules, un estudio del Centro de Investigaciones Observatorio del Desarrollo y en el marco de la Cátedra de Envejecimiento y Sociedad de la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica, se lanza una alerta sobre los desafíos emergentes que podrían comprometer la sostenibilidad de estas áreas geográficas en el futuro.
El estudio propone la reflexión sobre cómo preservar un estilo de vida saludable; frente a la globalización alimentaria, la urbanización creciente, la transformación de las redes sociales e, inclusive, el cambio climático.
La península de Nicoya en Costa Rica es reconocida mundialmente como una de las cinco zonas azules, donde las personas viven más allá de los 90 años con buena salud. Esta longevidad excepcional es el resultado de factores culturales, sociales y ambientales, y que debe ser protegido mediante políticas públicas innovadoras, educación y programas comunitarios que fomenten estilos de vida saludables.
El documento analiza, en general, el estilo de vida de las zonas azules, pero se centra en la península de Nicoya donde se destacan los factores que han permitido esta vitalidad de la población.
En dicha zona guanacasteca, se contabilizan hasta 23 centenarios por cada 100 mil habitantes. Estas personas presentan un mejor perfil lipídico y glucémico que el de su descendencia, tienen un menor peso y una mejor calidad y diversidad de dieta que sus parientes y que las personas adultas del área urbana de Costa Rica, según estudios realizados por la Universidad de Costa Rica.
En la península de Nicoya, históricamente reconocida por su alta longevidad, se está observando un preocupante cambio en la salud de las generaciones más jóvenes. El abandono de la dieta tradicional rica en alimentos frescos y locales ha dado paso a una alimentación basada en productos ultraprocesados y altos en azúcar, lo que contribuye al aumento de enfermedades metabólicas como la obesidad, la diabetes tipo 2 y la hipertensión en personas menores de 50 años.
Según datos recientes, estas afecciones han aumentado en un 35 % en la última década entre menores de 40 años, lo cual pone en riesgo la calidad y la esperanza de vida futuras. Este panorama, exige una reflexión profunda sobre la importancia de preservar los hábitos saludables que han caracterizado la región y que podrían perderse si no se toman medidas urgentes.
Dr. Fernando Morales, decano de la Facultad de Medicina, sobre el V Informe del Envejecimiento.
Finalmente, la longevidad debe concebirse no solo como un indicador demográfico, sino también como una expresión del desarrollo inclusivo, equitativo y centrado en la persona. Los estudios e investigaciones en las zonas azules han demostrado que la longevidad no es el resultado exclusivo de la genética o de la atención médica avanzadas, sino de un estilo de vida simple basado en una alimentación saludable, la actividad física constante, el apoyo social y un fuerte sentido de propósito.
Las personas investigadoras advierten que como costarricenses tenemos el reto ineludible de repensar sus estructuras desde un enfoque intergeneracional, donde la experiencia acumulada de las personas adultas mayores se articule con la innovación y el dinamismo de las nuevas generaciones.
Es necesario avanzar hacia entornos más accesibles, inclusivos y resilientes, que reconozcan la diversidad del envejecimiento y garanticen la participación plena de todas las personas, sin distinción de edad.
Máster Agustín Gómez M. investigador en el Centro de Investigación Observatorio del Desarrollo , sobre el V Informe del Envejecimiento.