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Ana Lucía Fonseca Ramírez, ganadora del Premio Nacional de Cultura Aquileo J. Echeverría en la categoría de ensayo 2024

Entre broma y broma… la verdad se asoma

A partir de dichos y refranes populares, la autora de “Cosas Veredes” abre la discusión de temas que han inquietado a la humanidad desde tiempos antiguos
28 abr 2025Artes y Letras
Ana Lucía Fonseca

Cosas Veredes es la publicación con la que Ana Lucía Fonseca Ramírez puso la cereza en el pastel a su carrera como docente de la Escuela de Filosofía, de donde se jubiló en el 2022.

Muchos de los temas que han desencadenado largas disertaciones a lo largo de los siglos y que han quedado plasmados en discursos, tratados y extensos volúmenes de diversas corrientes filosóficas, teológicas y sociales, han comprimido su tamaño y circulan en forma de dichos y refranes, cual si fuesen píldoras de venta libre que cualquiera puede tomar en el momento que más le convenga.

Ana Lucía Fonseca Ramírez, docente jubilada de la Escuela de Filosofía, se dio a la tarea de abrir esas píldoras y desentrañar los compuestos filosóficos escondidos en ellas y los efectos secundarios y las contraindicaciones que podrían tener si se consumen desmedidamente o en ausencia de otros remedios que contrarresten su efecto.

De esta manera, un refrán como “El que nació para maceta no pasa del corredor” habla de un destino inevitable. A partir de él, se puede reflexionar sobre la eterna discusión de si la personas pueden modificar su historia de vida o están condenadas a un final que está escrito en piedra. En este sentido, Fonseca no solo analiza la condición humana de “macetas”, sino también la extensión y características del “corredor”, un elemento que suele dejarse por fuera cada vez que alguien menciona el refrán.

Otra “píldora” filosófica más consumida que la misma acetaminofén es aquella que dice “No hay mal que por bien no venga”. Pero, según la autora de Cosas Veredes, el efecto de este compuesto popular es tan pasajero y engañoso como la misma pastilla contra el dolor que recetan a diario en las clínicas. ¿Qué se considera bueno y qué se considera malo?, ¿por qué existe el mal en el mundo?, ¿es necesario el mal para apreciar el bien? Todos estos compuestos que están encerrados en la cápsula del refrán han sido debatidos a lo largo de los siglos y desde muy distintas perspectivas. Gracias al microscopio de Fonseca podemos verlos con mayor claridad.

¿Y qué decir del tan usado “errar es humano” que puede ser usado para justificar un trabajo mediocre, para minimizar una “metida de patas”, para ocultar un engaño o para defender una actitud conformista?

"CATEGORIA ENSAYO: Se otorga a Ana Lucía Fonseca Ramírez, por la obra “Cosas Veredes: Ensayo sobre dichos refranes y otras andanzas filosóficas”. El mismo ofrece un gran equilibrio entre la edición y la accesibilidad, tiene una fundamentación teórica e historiográfica en el sentido de recuperar la cultura popular."

Jurado del Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría 2024

A continuación, Ana Lucía Fonseca Ramírez cuenta lo que significa el Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría en la categoría de ensayo 2024, las motivaciones que tuvo para escribir Cosas Veredes y la importancia de cuestionar la filosofía que consumimos todos los días en forma de dichos y refranes, cual si fuesen píldoras para enfrentar la vida.

A propósito del Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría en la categoría de ensayo, ¿podríamos decir que “nunca es tarde cuando la dicha es buena”?

ALF: Sí, eso dice mi prologuista, Viviana Guerrero. “Nunca es tarde cuando la dicha es buena” porque realmente es una dicha, primero, tener el libro, segundo, tener buenas y buenos lectores, tercero, no voy a negar que el premio abre un horizonte muy halagador, interesante, honroso, para la autora y para el libro. No es tarde porque creo que este libro es el resultado de toda una carrera en Filosofía para poner en claro no todos los problemas, pero sí algunos de los más importantes. Ahí está y es una dicha.

A propósito del ensayo, ¿podríamos decir que “de la abundancia del corazón habla la boca”?

ALF: Espero que el corazón sea alegre, compasivo, porque hay corazones que laten por otro lado. No quiero mencionar políticos ni nada por el estilo en este momento de la actualidad, pero si de la abundancia de ese corazón es de lo que habla la boca, está muy mal ese corazón.

Yo espero que el libro, si habla de alguna abundancia, si habla de esa abundancia del corazón, sea de un gusto por el conocimiento, sea de un recuerdo plácido, formidable de cuando daba clases porque, si hay algo que extraño de la Universidad, es el aula, mis estudiantes, sus preguntas y todo ese proceso de aprendizaje que una profesora también tiene cuando enseña. Entonces sí, puede ser, de la abundancia de ese corazón habla la boca.

En mi casa abundaban los dichos y refranes, sobre todo de una persona que fue muy importante en mi vida, que no era de mi familia de sangre, pero sí del corazón, de la dicha de mi corazón, que fue una muy buena amiga de mi madre que vivió con nosotros como por 25 años, y era una maga de los refranes. Mi Yayita, que yo siempre he dicho que fue mi abuelita, aunque no era abuelita de sangre, pero sí del corazón.

Mi familia es muy provinciana. En las provincias y en los pueblos uno aprende los refranes sin saber que los aprendió y los suelta cuando conviene. Entonces, mi familia es provinciana, yo me considero una provinciana también en cuanto a lo que me gusta del paisaje y de la vida. Ese es un caldo de cultivo que me ha acompañado siempre.

Ahora, relacionar refranes y problemas filosóficos de alto vuelo, o que algunos consideran de tan alto vuelo que no pueden darse el lujo de aterrizar, ese sí fue mi cometido, ¿cómo relacionar esa vida cotidiana con la filosofía?, ¿por qué no? ¿por qué no, si la filosofía nace de la vida? No cae del cielo.

A propósito del uso de dichos y refranes en tu libro, ¿podríamos decir que “vox populi, vox Dei”?

ALF: (Ríe) Me quedo solo con la vox populi. Lo de la vox Dei termina siendo siempre la voz de unos privilegiados que dicen oírla. La vox populi me resulta mucho más cercana.

Los auténticos refranes tienen una particularidad. Primero, que son anónimos. Tal vez alguno se ha colado de algún pensador o pensadora, pero, en general, son anónimos. Nacen de necesidades y particularidades humanas. Y nacen con el propósito de que se recuerden. Tienen una capacidad de permanecer en la memoria. Creo que por eso tienen una estructura muy sonora, muy melodiosa, son resumidos, no son un tratado, pero van al grano.

Los refranes puede ser que tengan que ver con la libertad, con la verdad, con las costumbres, con los amores, con los desamores, las formas de ser… ¡¿Qué sé yo?! Tienen que ver con todo lo que signifique lo humano, pero de una manera anónima, resumida, cantarina, para expresarse, y, una particularidad muy interesante, es que no se puede hablar de un cuerpo sistemático y homogéneo de refranes porque hay para todos los gustos, para todas ocasiones, para todas las necesidades. Se suelta uno y enseguida se puede soltar su contrario dependiendo de cuál sea la necesidad del momento.

Pero lo cierto es que los refranes siempre son un pedacito, un atisbo de un conocimiento, de una experiencia, de una práctica social que repetimos sin proponernos muchas veces, porque están tan en el ambiente que ya los usamos como si fuésemos nosotros los autores o las autoras. Pero, si los repasamos, nos damos cuenta de que no, de que tienen una larga historia y que todos los pueblos tienen refranes. Los que yo utilicé son refranes castellanos, que es nuestro medio, pero en cualquier cultura o sociedad los encontrás igual.

 

Portada del libro Cosas Veredes

Cosas Veredes está a la venta en la Librería Universitaria.

Foto: Laura Rodríguez Rodríguez.

A propósito de los temas que tratás en el libro, ¿podríamos decir que “no hay nada nuevo bajo el sol”?

 

ALF: Probablemente no haya nada nuevo bajo el sol. Pero ¿a partir de quién?, ¿quién dice eso? Porque dependiendo de nuestra situación en el mundo puede que todo nos resulte nuevo. Dependiendo de esa misma situación, puede ser que ya pocas cosas nos resulten nuevas.

Creo que eso de “no hay nada nuevo bajo el sol” tiene que ver más con una visión muy omnisciente, de conjunto, que los seres humanos no tenemos, salvo en literatura que, dicho sea de paso y nota al pie de página, los narradores omniscientes nunca me han gustado mucho porque saben demasiado.

Desde cierta perspectiva sí, uno puede decir que no hay nada nuevo. Hay hasta un reciclaje de ideas, pero hay que ver quién lo dice y qué es lo nuevo y qué es lo viejo. A veces, cuando uno ya peina muchas canas, menos cosas resultan nuevas. Algunas todavía me sorprenden, todavía me queda esa capacidad para sorprenderme por algunas cosas. Pero sí, hay que ponerse en el lugar de quien lo dice.

Desde la perspectiva de que humanidad sigue dando vueltas sobre los mismos temas y repite los mismos errores, hay que decir que, como la ignorancia humana es inagotable y no asimilamos con provecho lo que ya se sabe, socialmente siempre hay una búsqueda de asuntos o de respuestas que, a lo mejor, ya tienen algún sentido antes. Pero tampoco es que la ignorancia es tan mala porque no nacemos aprendidos ni podemos decir que ya lo sabemos todo.

Pero desde esa perspectiva sí, las ideas suelen ser las mismas grandes ideas repetidas en mil tonos y con mil vestidos diferentes. Por ejemplo, temas de filosofía que no cambian, aunque los enfoques pueden cambiar: ¿qué es la verdad? Todos los filósofos y filósofas han tratado de decir una cosa u otra, incluso algunos de anular la pregunta, y seguimos preguntándonos qué es la verdad, qué es lo bueno, qué es ser humano. Efectivamente, son grandes temas que no cambian, pero cambian los enfoques, cambian los tonos, cambian las exigencias para plantearlo.

Nos cuesta escarmentar en cabeza ajena. Eso se lo dicen mucho a uno el papá y la mamá de chiquito, de chiquita. “Nadie escarmienta por cabeza ajena, así que usted hágalo de esta manera”, porque de algo sirve la ignorancia. Más perjudicial que la ignorancia es el dogma que, tal vez, es otra forma de ignorancia, pero dañina, porque no deja pensar. Si a mí me ponen a escoger (si pudiera hacerlo) entre un conocimiento estructurado, dogmático y fundamentalista y la ignorancia, te juro que me quedo con la ignorancia, pero la ignorancia de Sócrates, de por lo menos ser consciente de la propia ignorancia, porque si no, mejor nada, mejor quedarse callado.

Decía mi abuelo que, “si algo tiene solución, ¿para qué preocuparse? y si no la tiene ¿para qué preocuparse?” ¿Vale la pena que la humanidad siga reflexionando sobre los temas que abordás en tu libro?

ALF: Tal vez disfrutamos de esa pena. Creo que sí vale la pena porque no hay nada dicho con punto final, incluso si algo parece muy cierto, como algunas verdades o algunas afirmaciones de la ciencia. Pero es que ni siquiera en ese campo se puede decir que son definitivas. Creo que una buena posición de un científico o de una científica es mantener siempre presente que hasta las verdades de la ciencia son provisionales, aunque a veces nos enamoramos de las hipótesis o de lo que creemos saber.

No digo que todo valga igual, digo que las verdades de la ciencia son estadísticas, son provisionales, es un “mientras tanto” no aparezca algo que dé al traste, o que subsuma, o que cambie lo que ya creemos saber. Las grandes teorías o paradigmas no están escritos en piedra. Ni los mandamientos están escritos en piedra, a pesar de lo que cuenta el Antiguo Testamento.

¿Alguna vez que has quedado con algo “entre pecho y espalda”?

ALF: ¡Uch, muchas veces! Sí, sí, claro. En el plano del conocimiento debo tener todavía muchas cosas entre pecho y espalda que están ahí en una cierta efervescencia. En el plano más afectivo, también. ¡Tantas veces que uno no dice lo que quiere decirle a un buen amigo, a una buena amiga, a la familia, y se quedó entre pecho y espalda!

Me recordaste una sensación que yo tenía, muy a menudo, cuando salía de mis clases. Mis estudiantes me preguntaban algo en la clase y les explicaba lo mejor que podía, pero cuando daba un paso fuera del aula empezaba a pensar “¿por qué no les dije esto otro?”, pero ya había terminado la clase y ya no me podía devolver. Puede que en la próxima clase lo sacara, pero sí, hay cosas que se quedan y algunas que, a lo mejor, ya hasta se me olvidaron.

Pero, siempre has tenido una actitud cuestionadora desde pequeña, ¿no es así?

ALF: Sin darme mucha cuenta al principio. Siempre me ha llamado la atención la sorpresa. De ahí, por cierto, el nombre de Cosas Veredes, esas sorpresas que le da a uno la vida, el medio social, lo que lee, lo que otras personas dicen y callarme una pregunta siempre me pareció… no estaba en mí.

Esto no alegó mucho a mi mamá que me decía “¡dejá de preguntar, ¿para qué preguntás tanto?”, pero es que había cosas que me sorprendían tanto. Yo creo que es la sorpresa, la curiosidad. Fui una niña curiosa y creo que sigo siendo una vieja curiosa de cosas que, a lo mejor, a mucha gente no les llama la atención. No digo que yo sea mejor por eso, sino que caigo siempre en la tentación de preguntarme “¿y esto podría ser de otra manera?”. Por eso siempre he amado las preguntas.

Mi profesor de otro tiempo, a quien admiraré siempre, don Roberto Murillo, quien murió en el 94, decía algo que se repite mucho, pero él lo decía con un gran sentimiento: “En filosofía valen más las preguntas que las respuestas. En filosofía planteé una buena pregunta y ya tiene el camino para una respuesta, UNA respuesta, no LA respuesta”. Por eso creo que terminé estudiando filosofía, porque me daban un espacio, un campo donde las preguntas eran muy importantes o la curiosidad.

Entonces, sí, yo era una niña preguntona. Tengo que reconocerlo.

¿Cómo puede afectar un dicho como “Mejor tonto callado que tonto hablando” al desarrollo y crecimiento de una persona?

ALF: Los refranes son como una flecha, los disparás en un ángulo y dan en un cierto blanco dependiendo de a quién querás apearte o qué querás apearte con esa flecha. Tal vez, un tonto callado en ciertas circunstancias sea mejor, efectivamente, que un tonto hablando. Pero si el tonto habla, a lo mejor deja de ser tonto cuando hable, sobre todo si se le ocurre una buena pregunta.

¿Podríamos decir que con este ensayo “cerraste con broche de oro” tu carrera docente en filosofía?

ALF: Yo no sé si será de oro, pero sí hay un cierre, sí hay un broche que se pasa, sí hay una puerta que, de alguna manera, se cierra en relación con la formalidad de la docencia.

Eso sí, espero que la vocación docente, que me ha encantado y que me ha hecho vivir de una manera mucho más personal la filosofía, no se cierre. Pero sí es un cierre para la docencia formalmente hablando. Yo, a las aulas, como profesora, la profesora que fui, no volveré de la misma manera. Espero, eso sí, tener siempre un espacio para poder hablar, oír, decir, aprender, reflexionar. Eso sí.

Me toleran mucho mis amigas y mis amigos, mi familia, mi hijo, mi sobrina, mis sobrinos, que siempre andamos en estas. De alguna manera es una labor docente también, pero no en lo formal, sino más bien como vivencia de todos los días.

Entonces sí, de alguna manera el libro da cuenta de todo un bagaje que tuve en la Universidad de Costa Rica, que me dieron, que di, que intercambié, ahí sí tengo que decir que hasta ahí ya llegué.

¿Podemos esperar un segundo libro o sos de las que creés que “no hay buenas segundas partes”?

ALF: Sí puede haber buenas segundas partes. En este momento estoy terminando un libro de cuentos que, por supuesto, no tiene esa estructura de ensayo, sino que es otro tipo de literatura. Ese libro es sobre los dolores que se experimentan en la niñez, pero se recuerdan en la adultez. El texto se va a llamar Alas heridas. Estoy por terminarlo. Me faltarán cuatro o cinco cuentos que, cuando se dejen que yo los escriba, entonces veré una publicación.

Otra idea que tengo es una colección de cuentos que tienen que ver con la historia de la ciencia, pero la historia de la ciencia de la que casi siempre han sido excluidas y relegadas a la sombra las mujeres. Solo tengo las líneas generales, pero quiero escribir la vida de mujeres que se dedicaron al conocimiento. Quiero expresar en el cuento cuál es el meollo de ese conocimiento, si es astronomía, si es biología, si es arqueología, si es geología, sin hacer un tratado.

Es literaturizar el conocimiento que esas mujeres tuvieron en la sombra. Entonces, de alguna manera, estoy en contacto con lo que siempre me ha fascinado: la historia de la ciencia, la historia del conocimiento, pero, a la vez, crear un personaje literario que le dé vida, le sople vida a esos problemas.

Cosas Veredes, de Ana Lucía Fonseca, puede adquirirse en la Librería Universitaria haciendo clic en este enlace. También está disponible para préstamo en el Sistema de Bibliotecas, Documentación e Información (Sibdi).

Fernando Montero Bolaños
Fernando Montero Bolaños
Periodista, Oficina de Comunicación Institucional
fernando.momkeunterobolanos  @ucrwakm.ac.cr

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