Si nos imagináramos cómo es el fondo de la Tierra, probablemente
se nos vendrían a la mente imágenes que poco tienen que ver con la
realidad.
Esto se debe a que entre mayor es la profundidad de los
océanos, menos se conoce. Y es que a diferencia de las
exploraciones en el espacio y del desarrollo de tecnología para
llegar a otros planetas, la humanidad no ha alcanzado el fondo de
la fosa de las Marianas, a casi 11 000 metros de profundidad, en el
océano Pacífico.
No existe una definición oficial del punto donde empieza el mar
profundo. Algunos científicos utilizan como parámetro a partir de
los 50 metros, porque a esa distancia se puede bucear con tanques.
Para llegar a lugares más recónditos se necesitan equipos
especializados de buceo y submarinos.
No obstante, la medida que más se emplea es 200 metros de
profundidad. La razón es que en la plataforma continental
(continuación submarina de los continentes), el mar comienza a
hacerse muy profundo como a los 200 metros. La amplitud de esta
plataforma desde la costa es variable, pueden ser solo unos escasos
metros hasta cientos de kilómetros.
“El territorio más extenso de nuestro planeta se encuentra en
las regiones profundas, donde la temperatura alcanza dos grados
centígrados y hay oscuridad total. La luz del Sol penetra hasta los
200 y 300 metros de profundidad. De ahí para abajo, la única
luminosidad que existe es la que generan los seres vivos o la
lava”, aseveró Jorge Cortés Núñez, biólogo del Centro de
Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (Cimar) de la
Universidad de Costa Rica (UCR).
La aventura del Trieste
Gracias a las expediciones científicas se ha podido conocer la diversidad de organismos que habitan las profundidades oceánicas, entre ellos este pez y el abanico. Foto: cortesía de Jorge Cortés.
Solo tres personas han bajado a las zonas más profundas del
planeta. En 1960, se realizó el primer viaje a bordo del
Trieste, un submarino construido por el físico suizo Auguste
Piccard. Este científico alcanzó la fama porque fue el primero en
ascender a la estratosfera en 1931, en una cápsula presurizada
colgada de un globo de hidrógeno. Su objetivo era estudiar los
rayos cósmicos de las capas altas de la atmósfera.
“Él dijo, ‘si podemos ir con esta cápsula arriba, podemos hacer
una parecida para bajar al fondo del mar’”, mencionó Cortés, y así
fue como construyó un submarino al que llamó batiscafo. A bordo de
este, su hijo Jacques Piccard y el teniente estadounidense Donald
Walsh llegaron a una profundidad de 10 911 metros en la fosa de las
Marianas.
Tras un descenso de casi cinco horas, Piccard y Walsh estuvieron
observando el fondo marino durante 20 minutos a través de una
ventana diminuta.
Posteriormente, en el 2012, el cineasta James Cameron se
sumergió a la fosa de las Marianas en el Deepsea Challenger, un
submarino construido por él mismo,. "Es muy lunar, muy
desolado, muy aislado", dijo en ese momento a la prensa el director
de Avatar y Titanic sobre el paisaje que
observó.
En 1964, los estadounidenses construyeron el submarino Alvin, el
más importante en la actualidad para la investigación científica.
Este sumergible puede descender a 4 500 metros y próximamente se
ampliará su capacidad a 6 500 metros.
Sin embargo, se ha invertido poco para conocer el mar, en
comparación con los esfuerzos para explorar el espacio. Por
ejemplo, es posible distinguir qué hay en la Luna o en Marte
gracias a la existencia de mapas con resolución muy detallada,
mientras que con el fondo del mar no ocurre lo mismo. “Se invierte
más en el espacio que en conocer nuestro planeta, señaló
Cortés.
El biólogo marino Jorge Cortés, de la UCR, y Victoria Orphan, especialista en geomicrobiología del Instituto Tecnológico de California, listos para abordar el submarino en una de las expediciones al mar profundo en el Pacífico costarricense. Foto: cortesía de Jorge Cortés.
Vida en el fondo marino
El biólogo del Cimar aseguró que en el pasado los científicos
pensaban que no existía vida en las zonas profundas del planeta.
Luego, con el avance de la investigación descubrieron lo
contrario.
Conforme aumenta la profundidad en el océano, el oxígeno
disminuye. En los polos, el agua es más densa tanto por la
salinidad como por el frío, y se hunde e impulsa las corrientes
oceánicas. Esto permite llevar el oxígeno a las partes más hondas y
que una gran cantidad de organismos puedan vivir en los sitios más
recónditos del mar profundo.
“Algunos animales que se encuentran en el fondo del mar viven
muchos años. Se han sacado bancos de peces a los cuales les toma 30
años reproducirse y tardan hasta 100 años para alcanzar el tamaño
que tienen. Se está pescando cada vez más profundo, por esto, se
corre el riesgo de reducir poblaciones a las que les costaría mucho
recuperarse”, advirtió el investigador.
Hay distintas especies submarinas, que viven en zonas donde
apenas llega la luz del Sol. Algunas son criaturas submarinas bien
distintas a las de la superficie, con morfologías muy particulares.
Por ejemplo, el cuerpo de ciertos organismos es completamente
transparente y otros son capaces incluso de emitir luz.
Estos animales se alimentan en su mayor parte del fitoplancton y
zooplancton que se produce en la superficie y que llega a las
profundidades. En ciertas áreas, donde hay una separación de las
placas tectónicas, se encuentran las llamadas ventanas
hidrotermales o sitios con aguas muy calientes y ricas en
minerales. Esta energía es procesada por bacterias y sirve de
alimento para muchos de ellos.
En diversos puntos frente a la costa pacífica de Costa Rica se
han encontrado depósitos de gas metano atrapado en capas congeladas
debajo del fondo marino, que también es sintetizado por
microorganismos y convertido en alimento. Esto explica la
diversidad de vida presente en estos lugares.
“Los sitios donde hay gas metano son como oasis, pues tienen una
gran densidad de animales. Se ha investigado cuál es el área de
influencia de estas zonas y es cerca de un kilómetro alrededor.
Conforme se aleja uno del oasis, hay menos animales”, añadió
Cortés.
Expediciones
Cortés es uno de los pocos científicos costarricenses que ha
participado en tres expediciones para estudiar las profundidades en
el océano Pacífico de Costa Rica. Lo ha hecho a bordo de los
barcos Atlantis y Falkor, equipados con la tecnología más avanzada
que existe para realizar observaciones y recoger diversas muestras
de organismos, sedimentos y rocas, así como para tomar
fotografías.
Él y los investigadores Odalisca Breedy y Juan José Alvarado
descendieron en los últimos cinco años a más de 3 000 metros en el
submarino Alvin, en expediciones financiadas por la Fundación
Nacional de la Ciencia de Estados Unidos, para trabajar junto con
científicos de ese país. El último viaje se efectuó en enero pasado
durante tres semanas.
“Estas expediciones han sido muy importantes para las
comunidades científicas locales, ya que antes han habido
expediciones al mar profundo, pero ellos (científicos extranjeros)
vienen, hacen su trabajo y se van. No queda nada aquí”, dijo el
investigador de la UCR.
Como resultado de las inmersiones, los biólogos del Centro de
Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (Cimar) extrajeron
muestras de diversas especies submarinas para su estudio, que
generarán nuevo conocimiento.
Asimismo, desde el 2007, el Cimar ha utilizado un submarino con
fines de investigación para descender a 450 metros en los
alrededores de la Isla del Coco. Este submarino también se usa para
turismo, los pilotos colaboran con los investigadores y los
turistas que lo abordan contribuyen a su mantenimiento y
operación.
A la fecha, se han publicado catálogos sobre los peces y los
tiburones de la Isla del Coco y están en proceso otros trabajos.
Además, Breedy describió una nueva familia de octocorales, un hecho
inaudito, pues la última vez que se registró un descubrimiento
parecido fue hace 90 años.
Están pendientes diversos estudios en los que se analizarán los
sedimentos, microorganismos, la acumulación de carbono en los
fondos marinos, la meiofauna (pequeños organismos que viven dentro
de los granos de arena), hongos, octocorales, esponjas, corales,
moluscos, crustáceos y pepinos de mar, entre muchos otros
especímenes.
Para Cortés, el interés científico de conocer qué hay en las
profundidades marinas de nuestro país solo tiene un propósito:
documentar estos hallazgos y empezar a proteger esas zonas, que son
fascinantes desde el punto de vista científico.