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Jorge Marchena Sanabria, historiador, docente de la Sede de Occidente e investigador del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (Ciicla) Laura Rodríguez Rodríguez
Jornadas de investigación del Ciicla

Voz experta: La familia Montealegre en el siglo XIX

Auge y 'caída' de la facción hegemónica de la oligarquía costarricense *
12 dic 2022Sociedad

Múltiples historiadores tradicionales a lo largo del siglo XX e inclusive, algunos contemporáneos, han insistido en que la familia Montealegre fue una de las más influyentes en los primeros decenios de vida republicana. De la mano del Dr. José María Montealegre Fernández, depusieron al héroe nacional, Juan Rafael Mora Porras, y luego ordenaron su ejecución en setiembre de 1860. Tras décadas de acumular una alta riqueza cafetalera y predominio político, fueron derrotados y obligados al exilio tras el ascenso de su «archienemigo» el General Tomás Guardia Gutiérrez en 1870. Otros estudios, han señalado que la fecha correcta de la defunción de las fuerzas oligárquicas se dio en 1949, al calor de la fundación de la Segunda República. Cualquiera de estas versiones anteriores, así como el título mismo de este artículo, resulta falaz. La familia Montealegre no fue derrotada ni se extinguió. Comprender su historia es fundamental para explicar las dinámicas del poder en Costa Rica, desde la Independencia hasta el presente.

La formación de una familia de élite

Parte de las mitologías históricas e identitarias que persisten se refieren a una sociedad costarricense altamente igualitaria, carente de grandes fortunas y, si las hubo, como lo fue la oligarquía cafetalera, ya hace décadas que se extinguieron. En parte, los mismos grupos de poder han favorecido esta versión para protegerse del escrutinio público y para ocultar su notorio enriquecimiento, el cual no se puede catalogar como estrictamente legítimo. Los Montealegre decimonónicos son una muestra que permiten, primero, asignarle un nombre más preciso a esos potentados oligárquicos y, segundo, explicar cómo se forma la riqueza de forma histórica. Puesto que, cabe aclarar, las fortunas no son espontáneas, ni fruto de la excepcionalidad.

La citada familia es producto de la unión óptima entre Mariano Montealegre Bustamante (1783-1843), la Factoría de Tabacos (una fuente de capital líquido para el naciente Estado) y la distinguida Gerónima Fernández Chacón (1788-1858). Por lo general, se ha privilegiado una historia patriarcal concentrada en los grandes personajes varones; de esta forma se insiste en que Montealegre fue funcionario público por casi tres décadas, inversor en la minería y luego en el exitoso ramo del café. No obstante, quien administró los cafetales y supervisó las carreras de sus hijos e hijas fue la señora Fernández, una de las más peculiares empresarias de su época, ya que contó con múltiples fincas (producto de sus herencias), utilizó con prontitud los boletos de café, promovió la construcción de infraestructura (el conocido “Puente de las Damas”) y hasta importó maquinaria moderna europea para el beneficiado del grano con el fin de mantenerse a la vanguardia tecnológica. A su muerte en 1858, aparte de importantes haciendas y joyas, contaba con una de las mayores fortunas de la década, superior a los 60 mil pesos (aunque, cabe señalar, este poderío no fue común en otras damas del clan).

Este matrimonio fue insigne, el pilar de una élite de poder. A los talentos de Gerónima se deben unir el prestigio de funcionario colonial de su marido Mariano, así como su temprano papel como diplomático, el cual insistió en que las guerras civiles eran un desperdicio de vidas y recursos materiales que debía evitarse a toda costa y, en los últimos años de su vida, insistió categóricamente en que los gobiernos no deben acuciar con impuestos a los ricos; estos dos preceptos se convirtieron en pilares casi inquebrantables de los grupos de poder costarricenses hasta el presente.

Sin embargo, para este punto no se debe caer en el equívoco de que la fortuna solo se hereda o es producto de un matrimonio adecuado. Una de las versiones más generalizadas que se emplean para entender a las élites de Costa Rica es insistir en sus altos niveles de matrimonios entre iguales y hasta uniones endogámicas, lo cual no es falso. El pequeño valle central decimonónico favorecía la vecindad y, aparte de los escasos extranjeros que se instalaban, se desató un cotidiano juego de bodas entre los principales de la época. De esta forma, familias como Montealegre, Mora, Carrillo, Guardia, Tinoco, Rohrmoser, entre otras, compartieron sendos lazos consanguíneos. Pero esto no es suficiente para explicar la riqueza.

La concentración de poder

La alianza Fernández – Montealegre se enriqueció debido a que logró capturar el grueso de atributos del poder de su época: riqueza material, influencia en el gobierno, educación, conexiones internacionales y prestigio, entre otros. Esta concentración es precisamente la que otorga la distinción de élite de poder. En consecuencia, Mariano era uno de los pocos expertos y letrados que contaba con sendos contactos exteriores, lo que le permitió educar a sus hijos varones en Inglaterra (en la década de 1820). Dado que se contaban entre los políticos más destacados de San José -emparentados con los jefes de Estado y luego los presidentes republicanos-, tuvieron las condiciones privilegiadas para acaparar prometedoras tierras para el café, como lo fueron las tierras comunales de Pavas, privatizadas en 1840. A partir de ese momento, bajo el liderazgo de Gerónima (su marido falleció en 1842), la matriarca consolidó las funciones específicas de sus descendientes: José María fue cirujano y político, Mariano empresario cafetalero de primer nivel, Francisco comerciante y militar; inclusive, sus hijas María y Gerónima fueron destacadas cafetaleras y promotoras de causas benéficas. A esto debe agregarse que se estableció una continua política de matrimonios que les permitiera capturar a otros linajes relevantes, tales como los Gallegos, Carranza y, al finalizar el siglo XIX, los Rohrmoser fueron absorbidos en sus filas.

El punto crucial que permitió el enriquecimiento mayor de esta familia era el usufructo del aparato estatal. Medidas como la supresión del diezmo, el combate a la «vagancia» y otras similares, permitieron el fortalecimiento de una mano de obra compulsiva para el café y las fuerzas de seguridad cumplían el rol de proteger al naciente Estado y sus élites, tanto contra enemigos exteriores, como para mantener a raya a las clases subalternas. Además, el aparato estatal al que controlaban directamente les otorgaba terrenos “baldíos” (como el citado caso de Pavas), bajos impuestos, creciente protección para las herencias y les facilitaba infraestructura para la actividad cafetalera. Por otra parte, aunque los conflictos armados, en apariencia, fueron marginales en Costa Rica o reducidos a “disputas palaciegas”; en la práctica, se imponía la voluntad de los Montealegre y los oligarcas, puesto que Braulio Carrillo fue derrocado en buena medida, para frenar su potencial de competidor, Francisco Morazán fue fusilado porque ponía en entredicho la paz cafetalera y, décadas más tarde, Mora Porras sufrió un destino similar. El Estado podía impulsar a las élites, pero no cualquiera debía acceder a este poder.

Precisamente, a partir de 1860, los Montealegre Fernández apostaron por la diversificación y, con sus amigos ingleses, establecieron el Banco Anglo Costarricense; a la razón, la más poderosa entidad financiera de las siguientes cinco décadas. Ya para entonces dirigían la política nacional por encima de otras facciones importantes como los Tinoco-Iglesias o los Jiménez de Cartago y, usando el control estatal, aseguraron el monopolio del Anglo. El punto final de la historia surgiría con el citado Tomás Guardia, quien los obligaría al exilio voluntario a partir de 1872, episodio mítico que no se debe reducir a mera derrota. Efectivamente, se refugiaron en los Estados Unidos e Inglaterra, les cedieron sus cafetales a personas de confianza y, utilizando su poderío de clan bancario -cabe aclarar que el resto de las familias “principales” no lograban reunir el inmenso capital que poseían los hermanos Montealegre-, asfixiaron las finanzas de la dictadura y colaboraron en la ruina de sus nuevos bancos estatales, establecidos para financiar el oneroso ferrocarril al Atlántico.

Epílogo, el regreso triunfal

Tras la muerte de Guardia en 1882, muchos regresaron al país y se convirtieron en los miembros más ilustres de la sociedad josefina, con sus mansiones y clubes a la usanza inglesa; eran los gentlemen costarricenses. José María Montealegre y su parentela permanecieron en California, pero sin el favor del Estado y sus privilegios, sus empresas quebraron en pocos años. Distinta suerte corrió su hermano, Mariano Montealegre Fernández, quien ya no dependía de cafetales ni empresas afines en su residencia londinense. A su muerte, en 1900, se había convertido en rentista y le dejaba asegurada la riqueza a sus familiares inmediatos, con acciones del Banco Anglo y otros títulos colocados en Inglaterra. Sus hijos estrecharon relaciones con los Rohrmoser y se mantuvieron exitosamente en el negocio del café, sobre todo con sus excelsas tierras en la calle vieja entre Curridabat y Tres Ríos.

El éxito de la familia fue tal que se establecieron todavía más uniones matrimoniales con el resto de los clanes notables de Costa Rica y, con ello, en apariencia se diluyó su nombre y riqueza. Aunque este artículo no se concentra en el siglo XX ni el presente, se puede mencionar, brevemente, que los descendientes del clan siguen siendo protagonistas, ya que fueron grandes propietarios inmobiliarios de la ciudad capital, son partícipes de las juntas directivas de empresas como el Grupo Nación, de la polémica Aldesa, invirtieron en la actividad piñera y también, han colaborado en el financiamiento de campañas electorales de las últimas décadas.

*Este artículo es una síntesis del proyecto Ciicla (C0053): “Cultura y formación de la élite cafetalera en la Costa Rica del siglo XIX, estudio de caso de las familias Montealegre y Rohrmoser, 1850-1890”.


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Jorge Marchena Sanabria
Historiador, docente de la Sede de Occidente e investigador del Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (Ciicla)
jorge.mkjmzarchena  @ucrdpaw.ac.cr

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