En el 2021 se conmemoran dos siglos de la independencia de Centroamérica. Para celebrar este aniversario se desarrolló la exposición “Blanco, azul y rojo: 1821-2021”, proyecto realizado en conjunto por el Museo Nacional (MNCR) y la Universidad de Costa Rica (UCR). De esta última participaron el Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (Ciicla), el Museo de la Universidad de Costa Rica (Museo UCR) y la Escuela de Estudios Generales.
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Esta exposición brinda un recorrido por los 200 años de vida independiente en Costa Rica, mediante el abordaje de diferentes aspectos de la conformación del Estado y la adopción de conceptos asociados a la modernidad política. Además, la exposición tiene como objetivo mostrar diversas manifestaciones culturales sobre la independencia, es decir, cómo se ha celebrado y recordado esta efeméride en Costa Rica.
A propósito de esta exposición, es pertinente destacar el valor de los objetos en el marco del quehacer de los museos. En “Blanco, azul y rojo: 1821-2021” se muestran aproximadamente 70 objetos. En su gran mayoría estos pertenecen al Museo Nacional de Costa Rica, y en menor medida a otras colecciones de instituciones públicas, como la UCR, el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría (MHCJS) y los Museos del Banco Central de Costa Rica (MBCCR). Esto solo es una muestra de la relevancia del papel de los museos como responsables de preservar el patrimonio de una sociedad y del desempeño de su función como mediadores entre el público y el patrimonio.
Pese a una función tan importante, constantemente, los museos deben enfrentarse a la idea bastante extendida de que se trata de lugares aburridos y rezagados en el tiempo, donde se almacenan cosas muy viejas. Es verdad que los museos con una orientación histórica albergan objetos muy antiguos, pero eso no los convierte en sitios aburridos. Por el contrario, se trata de espacios que procuran brindar experiencias que posibiliten el acceso a conocimientos y el encuentro con el patrimonio.
Los objetos son portadores de historia. Son en cierto sentido, un texto. Por supuesto, para leerlos se requieren las herramientas y saberes adecuados. Precisamente, entre sus diversas funciones, a los museos les corresponde leer los objetos bajo su custodia. Como es bien sabido, la columna vertebral de todo museo la constituyen sus colecciones, es decir, su patrimonio. A lo largo del tiempo, las instituciones museísticas han sido investidas de la autoridad para determinar la valía -o no- de los objetos que integran o llegarán a integrar su patrimonio. Se han definido criterios para establecer el valor y la trascendencia de determinados objetos. De esta manera, desde los museos se construyen lecturas de la cultura material de una sociedad.
Pero, no solo los objetos costosos y raros que se encuentran en los museos pueden ser el foco de atención para posibles lecturas, también pueden serlo los que habitan nuestra vida cotidiana, porque alrededor de nuestros objetos cotidianos se articulan recuerdos personales -por supuesto- pero también, procesos industriales, económicos y sociales. Se debe recordar que a lo largo de los dos últimos siglos se han modificado notablemente las perspectivas valorativas en torno a los objetos y la noción de patrimonio.
Por excelencia, es en el marco de las exposiciones que se despliega la interpretación de los objetos en procura de que estos sean más comprensibles para el público. Las exposiciones son los espacios en los que el museo desempeña la función de mediación entre el patrimonio y el público, es decir, su labor educativa. Actualmente, se discute muchísimo sobre las posibilidades de museos hipertecnológicos, donde los objetos permanezcan en un segundo plano ante las posibilidades de interacción tecnológica. También, se ha puesto en práctica el desarrollo de museos y exposiciones virtuales. Aunque este tipo de propuestas son interesantes -y desde luego válidas- suponen una transformación dramática con respecto a la razón de ser original de los museos, es decir, el albergar objetos y posibilitar el encuentro entre estos y los visitantes.
A mí, personalmente, me gusta más la idea tradicional de los museos, es decir, como los lugares donde se albergan objetos. Y no se trata solo de preferencias subjetivas, se trata del reconocimiento de ciertos compromisos y responsabilidades con la sociedad, con el pasado y con el futuro. Por supuesto que con la sociedad, porque los museos asumen el deber de conservar el patrimonio de esta, y por supuesto con el pasado, porque guardan la memoria de la sociedad. Pero, ¿por qué hablo de responsabilidad con el futuro?
Si asumimos la labor de conservar la memoria, lo hacemos siempre en función de las nociones y las necesidades del presente, pero también lo hacemos con miras al futuro. Por eso hablo de responsabilidad con el futuro; y de responsabilidad con las futuras interpretaciones que se puedan construir en torno al pasado, así como responsabilidad con las futuras generaciones. En ese sentido, debemos considerar que las perspectivas cambian a lo largo del tiempo. Puede ser que, hace cincuenta años se hayan considerado como interesantes y dignos de exposición únicamente determinados tipos de ítems que se encontraban en los museos. En la actualidad, le damos importancia a una mayor diversidad de elementos de la cultura material porque el propio concepto de cultura experimentó una transformación notable a partir de la segunda mitad del siglo XX. Se puede decir que ahora procuramos asumir perspectivas no tan jerarquizadas de la cultura, como las que se construyeron en el pasado, muchas de las cuales tendieron a ser fuertemente elitistas.
En este sentido, en la exposición mencionada, el público podrá hacer un recorrido en el que convergen objetos muy disímiles, desde pinturas de caballete, caricaturas, tecnologías obsoletas y hasta elementos de consumo masivo como billetes de lotería. Es decir, se procuró implementar un abordaje ajeno a perspectivas elitistas del concepto de cultura y libre de jerarquizaciones con respecto a la cultura material.
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