Voz experta: La decisión de Colombia de firmar finalmente el Acuerdo de Escazú
Este 11 de diciembre del 2019, finalmente se oficializó en
Naciones Unidas la firma del Acuerdo de Escazú, instrumento
regional suscrito en Costa Rica en el 2018 por parte de Colombia:
véase notificación
oficial de la Secretaría General. En las líneas que siguen
desmenuzaremos el alcance de esta firma, que no se deja ver en el
escueto documento circulado por el departamento de tratados de
Naciones Unidas.
Ello no sin antes recordar que, para que un tratado internacional
sea vigente en el ordenamiento jurídico de un Estado, este último
primero debe firmarlo (atribución que recae usualmente en el Poder
Ejecutivo) y luego aprobarlo (atribución tradicionalmente
reconocida al Poder Legislativo): negarse a firmar un instrumento
internacional impide a sectores políticos y de la sociedad civil
iniciar una campaña para lograr su ratificación.
LEA TAMBIÉN: Voz experta: "Ambiente y Derechos Humanos: el
Acuerdo de Escazú a un año de su firma"
El resultado de una fuerte presión de la sociedad civil
colombiana
La palabra "finalmente" usada previamente obedece a la fuerte
movilización de organizaciones ambientales y sociales en Colombia,
desde que oficialmente el Poder Ejecutivo colombiano afirmara que
no iba a firmar este tratado, aduciendo un sinnúmero de razones tan
insólitas como falaces. Cabe señalar que la víspera, el 10 de
diciembre, el Secretario General de la Organización de Estados
Americanos (OEA) participó en la ciudad colombiana de Cartagena a
una actividad en homenaje a lideres sociales y defensores de los
derechos humanos en la que afirmó que:
"Combatir la violencia que se ejerce contra estos defensores de los
Derechos Humanos es una responsabilidad de los gobiernos, pero
también de nuestras sociedades, de nuestros ciudadanos, de nuestras
empresas y de la comunidad internacional. Es una responsabilidad y
un deber sagrado compartido por todos" (véase texto de su
discurso).
La decisión del Poder Ejecutivo de Colombia de firmar el Acuerdo de
Escazú en semejantes condiciones merece mención y anuncia que la
campaña por lograr su debida ratificación será bastante álgida.
"No firmaremos el Acuerdo de Escazú porque...": un insólito
unísono oído en Bogotá y en Santiago (y en ninguna otra
parte)
Con ocasión de la PreCop25 celebrada en Costa Rica en octubre del
2019, habíamos tenido la oportunidad de señalar lo inédito que
resultaban las posiciones de Chile y de Colombia de no firmar un
instrumento regional como el Acuerdo de Escazú. En esta nota
publicada en el sitio de la Red por la Justicia Ambiental en
Colombia, titulada: "Ambiente y Derechos Humanos: el Acuerdo de
Escazú a un año de su firma", nos permitímos señalar que:
"La ausencia de la firma de Chile, de Colombia y la de otros
Estados podría revertirse en caso de que algunos Estados de la
región, por alguna razón, cambien súbitamente de parecer e inicien
su propio proceso en aras de facilitar a sus ciudadanos el
ejercicio de sus derechos en materia ambiental."
La posición de Chile así como los argumentos (un tanto originales)
esgrimidos por parte de sus máximas autoridades fueron desmenuzados
y desvirtuados uno tras uno en en esta emisión producida en Chile
del programa "Las cartas sobre la mesa" por parte de representantes
chilenos de la sociedad civil (véase emisión disponible
en este enlace).
Con relación a aspectos estríctamente jurídicos, remitimos también
a nuestros estimables lectores a una entrevista titulada "¿Cuál es
el tratado de derechos humanos y ambientales que Chile y Colombia
se rehúsan a firmar?" realizada en noviembre del 2019, disponible
en este enlace, en
la que hacemos ver la verdadera revolución jurídica que proponen
Chile y Colombia al presentar una serie de argumentos sobre las
consecuencias de la firma de un tratado que desconoce ... la misma
Convención de Viena sobre Derechos de los Tratados de 1969 (véase
lo que dispone el artículo 18 de dicha convención).
El Acuerdó de Escazú a más de un año desde su firma
El tablero oficial sobre el estado de firmas y ratificaciones del
Acuerdo de Escazú (véase enlace
oficial), con 22 firmas pero tan solo cinco ratificaciones
obtenidas en poco más de un año evidencia que a algunos sectores
políticos (y a influyentes sectores económicos) no les interesa en
lo más mínimo que se combine la protección de los derechos humanos
con la defensa del ambiente.
En días recientes, el Ejecutivo de Paraguay optó por retirar el
proyecto de aprobación del Acuerdo de Escazú en trámite en el
Congreso, causando un profundo malestar entre diversos sectores
paraguayos (véase nota de
prensa de Ultima Hora del 2/1/2019): no se tiene claro si el
señor Arzobispo confundió este instrumento con otro texto al que se
opone la Iglesia Católica sobre derechos humanos.
Es de notar que entre las firmas ausentes, figuran, además de las
de Colombia (hasta este 11 de diciembre) y la de Chile, las de
Cuba, El Salvador, Honduras y de Venezuela.
La COP25 que se lleva a cabo en España en este mes de diciembre
constituye una ocasión propicia para que algunos Estados de América
Latina reafirmen su compromiso con la defensa del ambiente y los
derechos que ello conlleva para las comunidades y las
organizaciones ecologistas.
Como bien lo señala una misiva colectiva de entidades
colombianas "La firma de este Acuerdo representa también un
compromiso con la agenda climática de Colombia y se convierte en un
nuevo acercamiento del Gobierno Nacional con la democracia
ambiental y las y los defensoras/es de derechos humanos y
ambientales del país" (véase texto del
Comunicado de la Alianza por el Acuerdo de Escazú en Colombia, con
fecha del 10.12.2019).
Hay que agradecer a Bolivia y a Uruguay por haber sido los primeros
en América Latina en depositar su respectivo instrumento de
ratificación en la Secretaría General de Naciones Unidas, al tiempo
que persisten interrogantes muy válidas sobre la ausencia de Costa
Rica como Estado Parte a este novedoso instrumento (habiéndose
transcurrido más de un año desde que puede serlo).
A modo de conclusión
Las organizaciones colombianas que lograron obtener esta firma por
parte de Colombia podrían compartir su valiosa experiencia con sus
homólogas chilenas: a pesar de haber sido, con Costa Rica, un
activo promotor durante más de cuatro años de las negociaciones que
culminaron en el 2018 en Escazú, y a pesar de la movilización de
organizaciones sociales exigiendo mayor coherencia por parte de sus
autoridades de cara a la COP25 inicialmente prevista en Santiago,
Chile se resiste a firmar el Acuerdo de Escazú.
La movilización de organizaciones ecologistas colombianas permitió,
entre muchas otras acciones, una publicación extremadamente
completa (cuya lectura se recomienda y que puede interesar a muchos
otros Estados de América Latina), titulada “Colombia y el Acuerdo
de Escazú” (véase texto
integral ), en la que se concluye que:
“Son alarmantes las cifras de conflictos ambientales y de
asesinatos de defensores y defensoras del ambiente en Colombia. A
pesar de contar con una amplia legislación en materia de
información, participación y justicia ambiental en Colombia, la
conflictividad ambiental en el país se agudiza cada día. El Acuerdo
de Escazú se convierte en una herramienta de vital importancia para
cambiar esta situación en el país” (p. 89).
Un amicus curiae presentado el pasado 6 de diciembre por
diversas entidades internacionales en la causa penal que enfrenta
el líder mapuche en Chile Pascual Curamil Millanao (véase texto
completo, cuya lectura también recomendamos) nos viene a
recordar la opción latente de algunos Estados (y sectores
económicos) de optar por criminalizar a líderes comunitarios y
ecologistas en América Latina, con la única finalidad de intimidar
a los integrantes de sus comunidades.
Nótese que en América Latina, los dos Estados en los que se están
dando fuertes movilizaciones y protestas sociales en este cierre
del año 2019 coinciden con los dos únicos Estados cuyas autoridades
adujeron oficialmente oponerse a la firma del Acuerdo de
Escazú.
