Nueve vías hacia una economía del bienestar: obtener logros colectivos
Las organizaciones que llevan en su ADN la solidaridad social
El cooperativismo y el solidarismo son dos movimientos de la economía social que buscan soluciones colectivas y solidarias a los problemas económicos de las personas afiliadas.
El cooperativismo y el solidarismo son dos formas de organización que buscan soluciones de forma cooperativa y solidaria a los problemas económicos de las personas afiliadas, sus familias y sus comunidades.
Desde su creación, a inicios y mediados del siglo pasado, estas
organizaciones han generado bienestar económico y desarrollo
social con bastante éxito en sus zonas de influencia a lo largo
y ancho de todo el territorio nacional.
Pertenecientes a la economía social, aunque diferentes
entre sí, estas formas de organización constituyen un tejido social
que producen riqueza y la distribuyen entre sus
asociados, fomentan el ahorro y mejoran la calidad de
vida de las personas.
Ambos movimientos gestionan la producción, distribución,
circulación y consumo de bienes y servicios.
Actualmente, existen en el país 376 cooperativas de adultos y
218 escolares y estudiantiles, para un total de 594
distribuidas en todo el territorio. Asimismo, hay alrededor de 1
400 asociaciones solidaristas.
En cuanto a su contribución al Producto Interno Bruto (PIB) del
país, las cooperativas en general contribuyeron con ₡ 1 031 000
millones en el 2021, lo que representa aproximadamente el 3,5 %
del PIB total, según información del Banco Central.
Mientras tanto, las asociaciones solidaristas constituyen
un 4 % del PIB.
Fuentes consultadas para este reportaje coinciden en que estos
movimientos históricamente han atenuado el embate de las crisis
económicas que han afectado al país, incluida la que vivimos a
raíz de la pandemia Covid-19.
Tanto las cooperativas como las asociaciones solidaristas
respondieron con medidas puntuales ante la emergencia sanitaria, el
desempleo y la caída de los ingresos en las familias.
También, estas organizaciones constituyen contrapesos a las
tendencias de las últimas décadas de mayor desigualdad,
concentración de la riqueza y estancamiento de la pobreza en
nuestro país.
Para conocer sobre ambos movimientos, toque los botones
correspondientes.:
Cooperativismo: Cuando
las soluciones colectivas a los problemas significan mayores
réditos sociales
Las cooperativas agrícolas han cumplido un rol muy importante en la modernización del sector rural costarricense.
El cooperativismo ha sido históricamente una forma de
organización solidaria que ha promovido polos de desarrollo en
varias zonas de Costa Rica.
En noviembre del 2020, en plena pandemia por el COVID 19, la
cosecha de café de la Zona de Los Santos peligraba. No había
mano de obra para recogerla y las restricciones sanitarias impedían
el ingreso al país de los recolectores de Nicaragua y de
Panamá.
La gestión oportuna de Coopetarrazú, en una acción
coordinada con las instituciones públicas, permitió que rápidamente
se organizara la logística para recoger a los cientos de
trabajadores que salvarían el grano de oro. Se les trasladó en
buses desde la frontera con el vecino país del norte hasta Los
Santos, en el sureste de San José.
Allí eran atendidos en un vacunatorio instalado en el estadio
municipal. De esta manera, se logró controlar el contagio del virus
y así se salvó la cosecha cafetalera, de la cual depende la
economía de esa región.
Varios estudiosos del cooperativismo indican que la Zona de
Los Santos debe su desarrollo actual al impulso del
cooperativismo. Este sistema de organización sentó las bases de
la modernización agrícola del lugar.
El cooperativismo se inicia en Costa Rica alrededor de 1903,
cuando los inmigrantes españoles e italianos lo incorporaron en su
modelo de organización y se forman las primeras cooperativas de
zapateros. Luego, ese sistema se empieza a irradiar en toda la
sociedad.
No fue sino hasta en 1949 cuando este movimiento adquirió
rango constitucional. Su promoción por parte del Estado se
volvió crucial para mejorar las condiciones de vida de la
población costarricense.
En la historia del cooperativismo nacional ha habido hitos en
los que este siempre ha tenido “respuestas a diferentes crisis y
retos”, resalta el profesor de la Escuela de Administración Pública
de la Universidad de Costa Rica (UCR), M. Sc. Víctor Garro
Martínez.
“Es un movimiento muy heterogéneo que está en diferentes
actividades, en las cuales se ha apropiado de una muy buena
parte de la cadena de valor”, afirma el economista. El
cooperativismo representa el 21 % de la población
nacional.
Con más de 300 millones de miembros en todo el mundo, el
cooperativismo es una forma asociativa que busca generar riqueza
para distribuirla. De esta manera contribuye a reducir la pobreza y
a eliminar la explotación de los intermediarios en diversas
actividades económicas.
La ayuda mutua, la equidad y la preocupación por los demás son
principios básicos del cooperativismo. Históricamente, este
ha sido el motor de desarrollo de varias regiones del
país.
En particular, las cooperativas agrícolas fueron las
responsables desde los años sesenta de la modernización del
sector rural. Junto al aparato estatal y de la mano de
cooperativas de electrificación rural llevaron al empobrecido campo
el desarrollo energético, la tecnificación del café y la
diversificación productiva.
Además, el surgimiento posterior de las cooperativas de ahorro
y crédito ha apalancado ese desarrollo, al estimular el ahorro y el
crédito en las áreas rurales. Muchas pequeñas empresas y
emprendimientos que no son sujetos de préstamos bancarios pudieron
tener acceso a recursos financieros.
Los especialistas destacan que las regiones del país donde las
cooperativas son muy importantes presentan mayores ingresos
y el Índice de Desarrollo Humano es más alto. “Esto no es
por casualidad”, enfatiza Garro.
Reactivación económica
En épocas de contracciones económicas, cuando los ingresos caen
y aumenta el desempleo, el cooperativismo cumple un papel
fundamental para ayudar a la reactivación
económica.
Para la psicóloga y profesora de la Escuela de Comunicación de la UCR,
Dra. Lisbeth Araya Jiménez, en una crisis como la pandemia por el
Covid-19, un modelo como el cooperativismo “sostiene, amarra,
articula y amortigua” los efectos económicos y
sociales.
Una cooperativa que cumpla su función debe funcionar tiene que
salir a cuidar y apoyar a sus asociados, sus familias y a la
comunidad en general, pues son organizaciones colectivistas
que actúan ante todo en los ámbitos local y regional.
Sergio Salazar Arguedas, en su tesis de
doctorado sobre este movimiento, presentada en el 2020,
apunta que durante la crisis económica de los años ochenta,
el cooperativismo contuvo los impactos sociales de las
reformas implementadas para la reactivación económica y el
rediseño del Estado.
Igualmente, durante la pandemia las cooperativas más fuertes
lograron mantener su actividad económica, así como el
vínculo que tienen con el mercado externo, agrega
Garro.
A pesar de que una gran parte de la actividad productiva
nacional se detuvo, estas organizaciones hicieron posible que
las exportaciones no se cayeran y fueron capaces de seguir
generando recursos en beneficio de las familias y las comunidades.
Así también, pudieron canalizar recursos de las reservas
sociales que poseen hacia los hogares más afectados.
Otras cooperativas buscaron la solidaridad entre ellas para
ayudar a las más pequeñas. De hecho, no se reportó la
desaparición de ninguna durante ese período de
emergencia.
“Las organizaciones cooperativas son empresas muy
resilientes a los cambios bruscos en la economía, como fue el
caso de la pandemia. Si bien algunas sufrieron consecuencias
importantes en sus condiciones financieras, en su mayoría se
enfocaron en garantizar los servicios a sus asociados”, asegura
Alejandro Ortega Calderón, director ejecutivo del Instituto de
Fomento Cooperativo (Infocoop).
Las cooperativas de ahorro y crédito buscaron diseñar productos
para evitar ejecuciones, las autogestionarias trataron de mantener
los puestos de trabajo, las productivas seguir garantizando la
compra de productos de sus asociados y las de Salud tuvieron un rol
muy importante en apoyar a las comunidades durante la
pandemia, ahonda.
Desde el punto de vista económico, las cooperativas no solo
desarrollan su actividad principal, sino que también exploran
diferentes tipos de productos derivados de esa función y así se
empiezan a expandir.
“Allí es donde todas las organizaciones de la economía social
generan una vinculación personal y económica para fortalecer el
tejido social productivo”, destaca el académico.
Futuro del cooperativismo
La edad promedio de las personas cooperativistas ronda
los 45 años. Este dato enciende las alarmas y muestra la necesidad
de hacer algo para que las nuevas generaciones comprendan la
importancia de este movimiento.
Sin embargo, Araya explica que ser cooperativista en la época
actual es “contracultural”, debido al imperativo cultural de
anteponer las soluciones individuales a las colectivas y ante
la creciente desigualdad social.
Según un estudio de esta estudiosa del cooperativismo, desde
hace algunas décadas ha venido disminuyendo la participación
de las personas asociadas en los espacios de toma de decisión de
las cooperativas.
En el 2016, solo una quinta parte de los asociados
participaba activamente en las cooperativas agrícolas de las zonas
de Los Santos y de Occidente.
Otro hallazgo es que existe una relación entre confianza y
participación, lo cual significa que, a mayor confianza de las
personas asociadas en la gerencia, el consejo de administración y
en los otros asociados, hay mayor participación.
“Ya lo decían los informes de los congresos cooperativos de
décadas anteriores, que había que fomentar la participación,
educar a las nuevas generaciones, fortalecer el relevo generacional
y formar liderazgos jóvenes”, sostiene la
investigadora.
Garro refuerza esta idea y señala como reto del
cooperativismo y de las instituciones públicas concientizar a
la niñez y a la juventud a participarar en proyectos cooperativos,
con el fin de liderar estas organizaciones y evitar que
mueran.
El cooperativismo en cifras
Según datos del IV Censo Nacional Cooperativo, citado por
el Programa Estado de la Nación (2012), a ese año existían en el
país un total de 594 cooperativas para un total de 887
335 personas asociadas.
Algunos aportes de las cooperativas al sector productivo
nacional:
• 21 % de la población nacional asociada a cooperativas.
• Producen 56 000 toneladas de productos industrializados de la
palma aceitera.
• Generan 418 millones de litros de leche.
• aportan el 36,5 % de la producción nacional de café.
• 708 000 beneficiarios de electrificación rural.
• Suman ₡132 000 millones en exportaciones.
• ₡895 590 082 000 colocados por cooperativas de
ahorro y crédito.
• Crean 21 632 empleos directos.
• Participan con ₡10 113 millones en la inversión social.
Fuente: Dr. Sergio Salazar, (2020), El cooperativismo
como agente de política pública en el sistema mundo: condiciones
para atender las desigualdades sociales. El caso
costarricense.
La quinta parte de la población costarricense se mueve en unidades de transporte público que pertenecen a cooperativas.
Solidarismo: Un
movimiento que busca mayor articulación con las políticas sociales
del Estado
Desde su creación, a inicios y mediados del siglo pasado, estas
organizaciones han generado bienestar económico y desarrollo
social con bastante éxito en sus zonas de influencia a lo largo
y ancho de todo el territorio nacional.
Pertenecientes a la economía social, aunque diferentes
entre sí, estas formas de organización constituyen un tejido social
que producen riqueza y la distribuyen entre sus
asociados, fomentan el ahorro y mejoran la calidad de
vida de las personas.
Ambos movimientos gestionan la producción, distribución,
circulación y consumo de bienes y servicios.
Actualmente, existen en el país 376 cooperativas de adultos y
218 escolares y estudiantiles, para un total de 594
distribuidas en todo el territorio. Asimismo, hay alrededor de 1
400 asociaciones solidaristas.
En cuanto a su contribución al Producto Interno Bruto (PIB) del
país, las cooperativas en general contribuyeron con ₡ 1 031 000
millones en el 2021, lo que representa aproximadamente el 3,5 %
del PIB total, según información del Banco Central.
Mientras tanto, las asociaciones solidaristas constituyen
un 4 % del PIB.
Fuentes consultadas para este reportaje coinciden en que estos
movimientos históricamente han atenuado el embate de las crisis
económicas que han afectado al país, incluida la que vivimos a
raíz de la pandemia Covid-19.
Tanto las cooperativas como las asociaciones solidaristas
respondieron con medidas puntuales ante la emergencia sanitaria, el
desempleo y la caída de los ingresos en las familias.
También, estas organizaciones constituyen contrapesos a las
tendencias de las últimas décadas de mayor desigualdad,
concentración de la riqueza y estancamiento de la pobreza en
nuestro país.
Para conocer sobre ambos movimientos, toque los botones
correspondientes.:
Cooperativismo: Cuando
las soluciones colectivas a los problemas significan mayores
réditos sociales
El cooperativismo ha sido históricamente una forma de
organización solidaria que ha promovido polos de desarrollo en
varias zonas de Costa Rica.
En noviembre del 2020, en plena pandemia por el COVID 19, la
cosecha de café de la Zona de Los Santos peligraba. No había
mano de obra para recogerla y las restricciones sanitarias impedían
el ingreso al país de los recolectores de Nicaragua y de
Panamá.
La gestión oportuna de Coopetarrazú, en una acción
coordinada con las instituciones públicas, permitió que rápidamente
se organizara la logística para recoger a los cientos de
trabajadores que salvarían el grano de oro. Se les trasladó en
buses desde la frontera con el vecino país del norte hasta Los
Santos, en el sureste de San José.
Allí eran atendidos en un vacunatorio instalado en el estadio
municipal. De esta manera, se logró controlar el contagio del virus
y así se salvó la cosecha cafetalera, de la cual depende la
economía de esa región.
Varios estudiosos del cooperativismo indican que la Zona de
Los Santos debe su desarrollo actual al impulso del
cooperativismo. Este sistema de organización sentó las bases de
la modernización agrícola del lugar.
El cooperativismo se inicia en Costa Rica alrededor de 1903,
cuando los inmigrantes españoles e italianos lo incorporaron en su
modelo de organización y se forman las primeras cooperativas de
zapateros. Luego, ese sistema se empieza a irradiar en toda la
sociedad.
No fue sino hasta en 1949 cuando este movimiento adquirió
rango constitucional. Su promoción por parte del Estado se
volvió crucial para mejorar las condiciones de vida de la
población costarricense.
En la historia del cooperativismo nacional ha habido hitos en
los que este siempre ha tenido “respuestas a diferentes crisis y
retos”, resalta el profesor de la Escuela de Administración Pública
de la Universidad de Costa Rica (UCR), M. Sc. Víctor Garro
Martínez.
“Es un movimiento muy heterogéneo que está en diferentes
actividades, en las cuales se ha apropiado de una muy buena
parte de la cadena de valor”, afirma el economista. El
cooperativismo representa el 21 % de la población
nacional.
Con más de 300 millones de miembros en todo el mundo, el
cooperativismo es una forma asociativa que busca generar riqueza
para distribuirla. De esta manera contribuye a reducir la pobreza y
a eliminar la explotación de los intermediarios en diversas
actividades económicas.
La ayuda mutua, la equidad y la preocupación por los demás son
principios básicos del cooperativismo. Históricamente, este
ha sido el motor de desarrollo de varias regiones del
país.
En particular, las cooperativas agrícolas fueron las
responsables desde los años sesenta de la modernización del
sector rural. Junto al aparato estatal y de la mano de
cooperativas de electrificación rural llevaron al empobrecido campo
el desarrollo energético, la tecnificación del café y la
diversificación productiva.
Los especialistas destacan que las regiones del país donde las
cooperativas son muy importantes presentan mayores ingresos
y el Índice de Desarrollo Humano es más alto. “Esto no es
por casualidad”, enfatiza Garro.
Reactivación económica
En épocas de contracciones económicas, cuando los ingresos caen
y aumenta el desempleo, el cooperativismo cumple un papel
fundamental para ayudar a la reactivación
económica.
Para la psicóloga y profesora de la Escuela de Comunicación de la UCR,
Dra. Lisbeth Araya Jiménez, en una crisis como la pandemia por el
Covid-19, un modelo como el cooperativismo “sostiene, amarra,
articula y amortigua” los efectos económicos y
sociales.
Una cooperativa que cumpla su función debe funcionar tiene que
salir a cuidar y apoyar a sus asociados, sus familias y a la
comunidad en general, pues son organizaciones colectivistas
que actúan ante todo en los ámbitos local y regional.
Sergio Salazar Arguedas, en su tesis de
doctorado sobre este movimiento, presentada en el 2020,
apunta que durante la crisis económica de los años ochenta,
el cooperativismo contuvo los impactos sociales de las
reformas implementadas para la reactivación económica y el
rediseño del Estado.
Igualmente, durante la pandemia las cooperativas más fuertes
lograron mantener su actividad económica, así como el
vínculo que tienen con el mercado externo, agrega
Garro.
A pesar de que una gran parte de la actividad productiva
nacional se detuvo, estas organizaciones hicieron posible que
las exportaciones no se cayeran y fueron capaces de seguir
generando recursos en beneficio de las familias y las comunidades.
Así también, pudieron canalizar recursos de las reservas
sociales que poseen hacia los hogares más afectados.
Otras cooperativas buscaron la solidaridad entre ellas para
ayudar a las más pequeñas. De hecho, no se reportó la
desaparición de ninguna durante ese período de
emergencia.
“Las organizaciones cooperativas son empresas muy
resilientes a los cambios bruscos en la economía, como fue el
caso de la pandemia. Si bien algunas sufrieron consecuencias
importantes en sus condiciones financieras, en su mayoría se
enfocaron en garantizar los servicios a sus asociados”, asegura
Alejandro Ortega Calderón, director ejecutivo del Instituto de
Fomento Cooperativo (Infocoop).
Las cooperativas de ahorro y crédito buscaron diseñar productos
para evitar ejecuciones, las autogestionarias trataron de mantener
los puestos de trabajo, las productivas seguir garantizando la
compra de productos de sus asociados y las de Salud tuvieron un rol
muy importante en apoyar a las comunidades durante la
pandemia, ahonda.
Desde el punto de vista económico, las cooperativas no solo
desarrollan su actividad principal, sino que también exploran
diferentes tipos de productos derivados de esa función y así se
empiezan a expandir.
“Allí es donde todas las organizaciones de la economía social
generan una vinculación personal y económica para fortalecer el
tejido social productivo”, destaca el académico.
Futuro del cooperativismo
La edad promedio de las personas cooperativistas ronda
los 45 años. Este dato enciende las alarmas y muestra la necesidad
de hacer algo para que las nuevas generaciones comprendan la
importancia de este movimiento.
Sin embargo, Araya explica que ser cooperativista en la época
actual es “contracultural”, debido al imperativo cultural de
anteponer las soluciones individuales a las colectivas y ante
la creciente desigualdad social.
Según un estudio de esta estudiosa del cooperativismo, desde
hace algunas décadas ha venido disminuyendo la participación
de las personas asociadas en los espacios de toma de decisión de
las cooperativas.
En el 2016, solo una quinta parte de los asociados
participaba activamente en las cooperativas agrícolas de las zonas
de Los Santos y de Occidente.
Otro hallazgo es que existe una relación entre confianza y
participación, lo cual significa que, a mayor confianza de las
personas asociadas en la gerencia, el consejo de administración y
en los otros asociados, hay mayor participación.
“Ya lo decían los informes de los congresos cooperativos de
décadas anteriores, que había que fomentar la participación,
educar a las nuevas generaciones, fortalecer el relevo generacional
y formar liderazgos jóvenes”, sostiene la
investigadora.
Garro refuerza esta idea y señala como reto del
cooperativismo y de las instituciones públicas concientizar a
la niñez y a la juventud a participarar en proyectos cooperativos,
con el fin de liderar estas organizaciones y evitar que
mueran.
Solidarismo: Un
movimiento que busca mayor articulación con las políticas sociales
del Estado
El solidarismo, una de las organizaciones de la economía
social, considera que podría coadyuvar a reducir las brechas de
pobreza y el agravamiento de la concentración de la riqueza y la
desigualdad del país.
Cada año, muchos hogares del país reciben un aguinaldo
extra, producto del esfuerzo de algún miembro de la familia
perteneciente a una asociación solidarista.
Estos excedentes son distribuidos en medio de mucha alegría pues
significan en la mayoría de los casos un alivio para las
congojas económicas o una fuente de ingresos para algún
proyecto, pago o compra especial.
Con 73 años de existencia, el solidarismo ha logrado
consolidarse en el mapa de la economía social del país como una vía
para generar mejores condiciones de vida a sus 360 000
afiliados. Esto se logra con el ahorro de los trabajadores y el
aporte patronal de la cesantía.
El movimiento solidarista surge en 1949 para promover la
armonía entre la clase trabajadora y los patronos y, de esta
forma, contrarrestar el crecimiento del sindicalismo en ese
momento.
En el 2011, el solidarismo llega a incorporarse a la
Constitución Política y es reconocido por el Estado
como un “instrumento de crecimiento económico y social de los
trabajadores”.
En la actualidad, las asociaciones solidaristas constituyen una
fuerza social presente tanto en empresas del sector privado,
como en instituciones del sector público.
Su vigencia y permanencia a lo largo del tiempo lo faculta a
demandar mayor articulación con las políticas sociales del
Estado, a fin de coadyuvar con los programas productivos
dirigidos a los trabajadores y en diversos campos del desarrollo
humano.
A criterio de la dirigencia solidaristta. estas agrupaciones
tendrían que estar en los planes sociales de educación, de
emprendimiento, de fortalecimiento de la gestión organizacional
y tener acceso a la banca de desarrollo y a otros fondos
especiales.
El Dr. Leonardo Castellón Rodríguez, investigador de la Facultad de Ciencias Económicas de
la Universidad de Costa Rica (UCR), explica que la tendencia de los
últimos años ha sido más bien a querer regular a las
asociaciones solidaristas, como si se tratara de entidades del
sistema financiero.
En la actualidad, existen asociaciones solidaristas en un
amplio espectro de actividades económicas, desde la
industria manufacturera, el transporte y la intermediación
financiera, hasta la enseñanza, el turismo y la
agricultura.
La cartera de proyectos de estas organizaciones es muy
amplia, siendo el crédito el más importante. Hay préstamos
para vivienda y para compra de vehículo; ferias de la salud, de
educación y de emprendimiento; becas de estudio para los afiliados
y sus hijos; y actividades de apoyo para familias con dificultades
o en situaciones de emergencia, entre otros beneficios.
“La contribución al desarrollo humano y a la política social
costarricense está muy bien reflejada en las carteras de
crédito de las asociaciones solidaristas y en la inversión con
enfoque social”, reafirma Monge.
Además, estas organizaciones distribuyen anualmente los
excedentes que generan como resultado de sus actividades económicas
e inversiones. Esto tiene un impacto en la economía familiar y
nacional, porque dichos excedentes se comportan como un décimo
cuarto salario.
De hecho, en el 2022, las asociaciones solidaristas
distribuyeron un total de US$265 millones por este
concepto.
Para Castellón, ese dinero se convierte en consumo y ese
consumo genera reactivación económica.
“El principal aporte del solidarismo a nuestra sociedad es en la
cultura del ahorro y cómo entre todas las personas
podemos ayudarnos y mejorar las condiciones de vida. Si yo
ahorro tengo con qué resolver situaciones apremiantes futuras”,
opina.
Doble pandemia
Uno de los estudios recientes del Instituto de Investigaciones
en Ciencias Económicas (IICE)
de la UCR acerca del impacto del movimiento solidarista, en
el que participó Castellón, revela que este tuvo un papel muy
importante durante la pandemia.
Las asociaciones solidaristas adoptaron una serie de medidas
que contribuyeron a la reactivación económica y a la mitigación
de la crisis económica de ese momento.
En primer lugar, ayudaron a que las familias de sus asociados
se sintieran desahogadas ante sus obligaciones económicas. Las
acciones consistieron en facilidades crediticias, readecuación de
deudas y eximir a los trabajadores de tener que ahorrar durante el
período que imperó el desempleo y la falta de
ingresos.
En segundo lugar, hubo algunas organizaciones que corrieron a
financiar el capital de trabajo a las empresas o a apoyarlas
con algún otro tipo de necesidad apremiante.
Posiblemente, si no hubieran existido organizaciones
solidaristas, el efecto económico para los hogares hubiera sido más
fuerte y una determinada cantidad de empresas no hubiera podido
salir adelante, hipotetiza el investigador de la UCR.
Monge lamenta que el movimiento solidarista haya tenido que
sufrir lo que él llama una “doble pandemia”.
Por un lado, hubo una reducción de los excedentes
económicos, de los beneficios sociales, de los ingresos, de los
ahorros, el cierre de empresas y la contracción del
sector.
Por el otro, el solidarismo ha sufrido las consecuencias de
los ajustes de la política monetaria y tributaria de los últimos
gobiernos. Según el dirigente solidarista, se les trata como si
fueran “bancos”, pero no lo son.
De acuerdo con los especialistas, la diferencia de una
asociación solidarista como una entidad del sistema
financiero, como las cooperativas de ahorro y crédito, es que las
primeras son organizaciones cerradas, sin fines de lucro y no
realizan intermediación financiera.
Aclara que no rechazan la supervisión, pero esta debe
darse de forma diferenciada y de acuerdo con la naturaleza
social de las asociaciones solidaristas, las cuales se rigen por
medio de un mecanismo contractual obrero patronal.
La carga impositiva al solidarismo va desde un 25 % hasta un
35 % más, dependiendo del caso. “Al trabajador solidarista se
le está gravando hasta seis veces sobre la misma fuente de ahorros
y el aporte patronal”, sostiene Monge.
La generación de datos
Desde hace más de una década, la UCR ha generado información
sobre los aportes del movimiento solidarista al fortalecimiento
de la democracia costarricense, a través de la producción de
riqueza y la satisfacción de necesidades de los trabajadores y sus
familias.
En este momento se están desarrollando dos
investigaciones en el Instituto de Investigaciones Económica
(IICE). La primera trata sobre el efecto del solidarismo en el
mercado laboral (evaluación de impacto social y económico) y
sus resultados serán presentados el 3 de noviembre, Día Nacional
del Solidarismo.
El segundo análisis consiste en una actualización de un
estudio efectuado en el 2010, titulado “Importancia social y
económica de la membresía del Movimiento Solidarista en la Costa
Rica del siglo XXI”.
También hay varios trabajos finales de graduación de
estudiantes de grado y posgrado de la Facultad de Economía,
sobre diversos aspectos de la gestión y administración de las
asociaciones solidaristas.
Este conocimiento es esencial para la toma de decisiones.
Es útil también para conocer la dinámica interna de un movimiento
que constituye una vía de bienestar social y económico en nuestro
país.
EL DATO
Para constituir una asociación solidarista en un centro
de trabajo formal se requieren como mínimo 12 personas
trabajadoras.
El solidarismo, una de las organizaciones de la economía
social, considera que podría coadyuvar a reducir las brechas de
pobreza y el agravamiento de la concentración de la riqueza y la
desigualdad del país.
Cada año, muchos hogares del país reciben un aguinaldo
extra, producto del esfuerzo de algún miembro de la familia
perteneciente a una asociación solidarista.
Estos excedentes son distribuidos en medio de mucha alegría pues
significan en la mayoría de los casos un alivio para las
congojas económicas o una fuente de ingresos para algún
proyecto, pago o compra especial.
Con 73 años de existencia, el solidarismo ha logrado
consolidarse en el mapa de la economía social del país como una vía
para generar mejores condiciones de vida a sus 360 000
afiliados. Esto se logra con el ahorro de los trabajadores y el
aporte patronal de la cesantía.
El movimiento solidarista surge en 1949 para promover la
armonía entre la clase trabajadora y los patronos y, de esta
forma, contrarrestar el crecimiento del sindicalismo en ese
momento.
En el 2011, el solidarismo llega a incorporarse a la
Constitución Política y es reconocido por el Estado
como un “instrumento de crecimiento económico y social de los
trabajadores”.
En la actualidad, las asociaciones solidaristas constituyen una
fuerza social presente tanto en empresas del sector privado,
como en instituciones del sector público.
Su vigencia y permanencia a lo largo del tiempo lo faculta a
demandar mayor articulación con las políticas sociales del
Estado, a fin de coadyuvar con los programas productivos
dirigidos a los trabajadores y en diversos campos del desarrollo
humano.
A criterio de la dirigencia solidaristta. estas agrupaciones
tendrían que estar en los planes sociales de educación, de
emprendimiento, de fortalecimiento de la gestión organizacional
y tener acceso a la banca de desarrollo y a otros fondos
especiales.
“Creemos importante que se reconozca que tenemos una serie de
fortalezas y que podemos aportar a la institucionalidad del país y
al Gobierno, para generar crecimiento y reducir la pobreza y la
desigualdad”, asegura Guido Alberto Monge Fernández,
especialista en economía laboral y vicepresidente ejecutivo del
Movimiento Solidarista Costarricense.
El Dr. Leonardo Castellón Rodríguez, investigador de la Facultad de Ciencias Económicas de
la Universidad de Costa Rica (UCR), explica que la tendencia de los
últimos años ha sido más bien a querer regular a las
asociaciones solidaristas, como si se tratara de entidades del
sistema financiero.
En la actualidad, existen asociaciones solidaristas en un
amplio espectro de actividades económicas, desde la
industria manufacturera, el transporte y la intermediación
financiera, hasta la enseñanza, el turismo y la
agricultura.
La cartera de proyectos de estas organizaciones es muy
amplia, siendo el crédito el más importante. Hay préstamos
para vivienda y para compra de vehículo; ferias de la salud, de
educación y de emprendimiento; becas de estudio para los afiliados
y sus hijos; y actividades de apoyo para familias con dificultades
o en situaciones de emergencia, entre otros beneficios.
“La contribución al desarrollo humano y a la política social
costarricense está muy bien reflejada en las carteras de
crédito de las asociaciones solidaristas y en la inversión con
enfoque social”, reafirma Monge.
Además, estas organizaciones distribuyen anualmente los
excedentes que generan como resultado de sus actividades económicas
e inversiones. Esto tiene un impacto en la economía familiar y
nacional, porque dichos excedentes se comportan como un décimo
cuarto salario.
De hecho, en el 2022, las asociaciones solidaristas
distribuyeron un total de US$265 millones por este
concepto.
Para Castellón, ese dinero se convierte en consumo y ese
consumo genera reactivación económica.
“El principal aporte del solidarismo a nuestra sociedad es en la
cultura del ahorro y cómo entre todas las personas
podemos ayudarnos y mejorar las condiciones de vida. Si yo
ahorro tengo con qué resolver situaciones apremiantes futuras”,
opina.
Doble pandemia
Uno de los estudios recientes del Instituto de Investigaciones
en Ciencias Económicas (IICE)
de la UCR acerca del impacto del movimiento solidarista, en
el que participó Castellón, revela que este tuvo un papel muy
importante durante la pandemia.
Las asociaciones solidaristas adoptaron una serie de medidas
que contribuyeron a la reactivación económica y a la mitigación
de la crisis económica de ese momento.
En primer lugar, ayudaron a que las familias de sus asociados
se sintieran desahogadas ante sus obligaciones económicas. Las
acciones consistieron en facilidades crediticias, readecuación de
deudas y eximir a los trabajadores de tener que ahorrar durante el
período que imperó el desempleo y la falta de
ingresos.
En segundo lugar, hubo algunas organizaciones que corrieron a
financiar el capital de trabajo a las empresas o a apoyarlas
con algún otro tipo de necesidad apremiante.
Posiblemente, si no hubieran existido organizaciones
solidaristas, el efecto económico para los hogares hubiera sido más
fuerte y una determinada cantidad de empresas no hubiera podido
salir adelante, hipotetiza el investigador de la UCR.
Monge lamenta que el movimiento solidarista haya tenido que
sufrir lo que él llama una “doble pandemia”.
Por un lado, hubo una reducción de los excedentes
económicos, de los beneficios sociales, de los ingresos, de los
ahorros, el cierre de empresas y la contracción del
sector.
Por el otro, el solidarismo ha sufrido las consecuencias de
los ajustes de la política monetaria y tributaria de los últimos
gobiernos. Según el dirigente solidarista, se les trata como si
fueran “bancos”, pero no lo son.
De acuerdo con los especialistas, la diferencia de una
asociación solidarista como una entidad del sistema
financiero, como las cooperativas de ahorro y crédito, es que las
primeras son organizaciones cerradas, sin fines de lucro y no
realizan intermediación financiera.
Aclara que no rechazan la supervisión, pero esta debe
darse de forma diferenciada y de acuerdo con la naturaleza
social de las asociaciones solidaristas, las cuales se rigen por
medio de un mecanismo contractual obrero patronal.
La carga impositiva al solidarismo va desde un 25 % hasta un
35 % más, dependiendo del caso. “Al trabajador solidarista se
le está gravando hasta seis veces sobre la misma fuente de ahorros
y el aporte patronal”, sostiene Monge.
La generación de datos
Desde hace más de una década, la UCR ha generado información
sobre los aportes del movimiento solidarista al fortalecimiento
de la democracia costarricense, a través de la producción de
riqueza y la satisfacción de necesidades de los trabajadores y sus
familias.
En este momento se están desarrollando dos
investigaciones en el Instituto de Investigaciones Económica
(IICE). La primera trata sobre el efecto del solidarismo en el
mercado laboral (evaluación de impacto social y económico) y
sus resultados serán presentados el 3 de noviembre, Día Nacional
del Solidarismo.
El segundo análisis consiste en una actualización de un
estudio efectuado en el 2010, titulado “Importancia social y
económica de la membresía del Movimiento Solidarista en la Costa
Rica del siglo XXI”.
También hay varios trabajos finales de graduación de
estudiantes de grado y posgrado de la Facultad de Economía,
sobre diversos aspectos de la gestión y administración de las
asociaciones solidaristas.
Este conocimiento es esencial para la toma de decisiones.
Es útil también para conocer la dinámica interna de un movimiento
que constituye una vía de bienestar social y económico en nuestro
país.
EL DATO
Para constituir una asociación solidarista en un centro
de trabajo formal se requieren como mínimo 12 personas
trabajadoras.
La experiencia de Coopetarrazú
Coopetarrazú es una de las cooperativas que aportan al desarrollo de la zona de Los Santos. Con 63 años de fundada, contribuyó a industrializar el proceso de producción de café. Hoy busca nuevas alternativas para mantener un sistema solidario de producción de riqueza en una Costa Rica cada vez más desigual.