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Jornada de reflexión de la Facultad de Letras

El quehacer filológico más allá de los muros académicos

La palabra es probablemente la herramienta más poderosa del ser humano
8 nov 2023Artes y Letras
Plano medio de María Annette Mora Calvo

María Annette Mora Calvo es estudiante de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura.

Foto: Laura Rodríguez Rodríguez.

Para comenzar, es necesario aclarar que este ensayo comienza y termina con preguntas. Aunque sí, voy a exponer una serie de argumentos, no deja de ser una invitación al diálogo y a la escucha, pues de eso se trata todo. La pregunta fundamental que motiva esta propuesta es: ¿cuál es el valor social de la filología?

Y nace desde mis primeros años de universidad, cuando el momento más incómodo de cualquier conversación con un extraño, fuese un conductor de Uber, el amigo de una amiga en una fiesta, aquella tía abuela lejana, llegó a ser ese punto de la conversación en donde tenía que responder: “estudio filología”. Me hubiese gustado hacer un recuento de todas las veces en las que dije que estudiaba filología y la otra persona no sabía de qué estaba hablando. También me hubiese gustado capturar sus rostros, y el mío propio, por la reacción de desconcierto que se generaba desde ambas partes. Llegó un punto en el cual decidí omitir ese vocablo que parecía tan complicado y decir simplemente que me dedicaba a la literatura, o la lingüística, según fuese conveniente.

Hasta hace dos años pude explicar con seguridad qué hacía como filóloga. Porque cuando no se sabe qué es filología, mucho menos se sabe qué se hace, en qué se trabaja, cómo se come… ¿Para qué sirve? En efecto, la segunda pregunta más incómoda era “¿Y cuál es el mercado laboral?” o peor aún: “¿Y de eso hay trabajo?”.

Hoy día comienzo por explicar la etimología de la palabra. Y es como si me lo repitiera a mí misma, cada vez con más calma, como una forma de recordarme por qué hago lo que hago. Me gusta tomar aire, y empezar así: la palabra filología se deriva de dos raíces griegas: filos y logos, la primera significa “amor” y la segunda, prefiero escoger, “palabra”. Si aún siento interés por parte de la otra persona, que no son pocas veces, continúo explicando que logos tiene otra veintena de significados como: razón, pensamiento, principio, tesis, argumentación, narración, discurso, habla…

Es a partir de este momento cuando me empiezo a definir como amante del logos. Pero aun definiéndome de esta manera, no consigo dar respuesta a la pregunta ¿cuál es el valor de la filología en la sociedad que habitamos hoy? Entonces, me propongo encontrar tal valor durante este periodo, y mientras masticaba esa pregunta y sus posibilidades en mi cabeza, la respuesta llega a mí hasta hace pocas semanas, en una de las explicaciones del curso de análisis del discurso, y la encuentro residiendo en el concepto de poder simbólico, aquel poder de transformar el conocimiento de las personas.

Y es acá donde adquiere sentido todo el panorama para mí, y es que en el 2020 había propuesto un proyecto para la Escuela de Filología, al cual llamamos el Repositorio Digital de Estudiantes de Filología, cuyo objetivo primordial es el de crear un espacio de diálogo académico entre los estudiantes de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura a través de un repositorio digital. Derivado de dicho eje central, esta iniciativa se propone: propiciar la discusión académica entre estudiantes a través de la exposición de los trabajos de investigación lingüística o literaria realizados por el estudiantado; promover la difusión del conocimiento filológico fuera del ámbito académico por medio de la publicación de reseñas, críticas literarias, traducciones de textos clásicos, entre otros trabajos, e impulsar la producción literaria mediante un espacio de emisión creativa para el estudiantado de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura.

Resumiendo la justificación, esta idea nace de la imperante necesidad de crear un espacio de diálogo en la Escuela, porque no existe; sin embargo, parte de las incertidumbres que han surgido en la formulación de esta propuesta es si realmente los estudiantes de esta Escuela quieren dialogar, si están dispuestos y dispuestas a darle vida a un espacio como este, donde el pilar fundamental no son solo las ideas, sino la expresión y transmisión de las mismas.

Otra de las preguntas, casi preocupaciones, que me llevaron a generar esta propuesta es la de: qué estamos haciendo afuera de los muros académicos, es decir, fuera de clases, de las tareas y las exposiciones. Porque, mi argumento es, si fuera de la Academia, hablo de las calles de Costa Rica, no se sabe que existimos, es por nuestra responsabilidad.

Y no quisiera caer en generalizaciones y estereotipos, pero tampoco estaría mintiendo al afirmar que uno de los rasgos que nos caracterizan como filólogos y filólogas es nuestra manía de quedarnos, a veces por demasiado tiempo, atrapados en nuestros mundos literarios, semánticos, simbólicos. Y no solo tardamos en regresar y poner los pies sobre la tierra, sino que me pregunto cuán seguido hacemos el ejercicio de volver con la intención de compartir aquello que abstraemos.

Me parece egoísta e infructífero contar con el poder de descifrar e interpretar los mensajes que recibimos por medio de la lectura o de la escucha de una conversación, y enterrar ese conocimiento, escasamente compartirlo con los mismos sujetos o escribir un artículo lleno de incluso más difíciles conceptos, solo porque el ejercicio de traducirlo en palabras comunes puede resultar tedioso, o tocar nuestro ego de intelectuales.

"La clave se encuentra en el adquirir conciencia de por qué estamos estudiando las letras, posteriormente, transmitir este conocimiento que se almacena en la palabra, escrita o hablada, y el poder que se adquiere cuando sabemos interpretarlas y pronunciarlas con intención, como si de eso dependiera nuestra realidad, porque así es".

Desafortunadamente, aun siendo expertos en la palabra, creo que falta esfuerzo en el humilde aprendizaje de cómo emplearla en términos sociales. Y no culpo al estudiante, no me culparía a mí, que con diecisiete años escogió filología porque disfrutaba mucho leer y le atraía la mitología. Por el contrario, recae en los sistemas que ya no se adecuan al momento histórico social en el que vivimos, me refiero a una hegemonía de las “prácticas intelectuales” o de la producción del conocimiento, que no nos preparan para el mundo exterior donde las letras no importan porque no se entienden…

Y bueno, ya que estamos acá, podemos introducirnos en el polémico tema del mercado laboral. Para empezar, desde que iniciamos nos dicen “no hay trabajo”, o literalmente que nos vamos a morir de hambre. Además, no nos advierten que debemos tener la licenciatura para colegiarnos, y que ese Colegio ni si quiera es propio. Con todo, pasamos el filtro aquellos que sí conservamos vocación por las letras y no estábamos buscando pasarnos de carrera, y nos adentramos a los cursos de literatura y lingüística que, desafortunadamente, todavía se evalúan por medio de la memorización de conceptos y se imparten las clases de manera magistral, unidireccional para ser específicos. No hay práctica que nos permita vislumbrar cómo se aplicaría en el trabajo aquello que aprendimos, no hay discusión de los temas que investigamos los estudiantes, es decir, no tenemos idea clara de cuáles son los intereses de nuestra generación, no hay talleres que pongan en movimiento nuestra creatividad e imaginación. No hay diálogo con otras disciplinas que nos permitan salir de los límites de nuestra perspectiva para explorar nuevas posibilidades.

Ahora bien, no desprecio el valioso aprendizaje de la investigación lingüística y literaria que adquirimos en nuestros cursos, sin embargo, sí me parece cuestionable hacia dónde se están dirigiendo estas habilidades investigativas y de análisis en términos prácticos, quiero decir, cuándo llegan a aplicarse a la confrontación del contexto actual.

En otras palabras, estamos pasando por alto la situación político-social inminente cuando podríamos aplicar nuestros conocimientos a propuestas de cambio y renovación de nuestra realidad. Y lo más importante, compartir estas propuestas, difundir ese conocimiento.

Hay muchas quejas sobre la precariedad de nuestro ambiente, la falta de presupuesto, de cupos, las limitaciones en el mercado laboral… Pero es que acaso hemos creado esas posibilidades laborales en un contexto posmoderno latinoamericano, o es que nos seguimos apegando a prácticas intelectuales y academicistas obsoletas que ya desde sus raíces europeas resultan estériles para esta tierra.

Ahora mismo, el rol del filólogo costarricense se limita al de un guardián de las puertas de la academia, esto es, firmar una carta que consolide la admisión de una producción intelectual textual al ámbito académico, según los estándares de orden formal que se imponen. Y esta me parece una muy escueta de las múltiples formas de ejercer ese poder simbólico que comentaba inicialmente, y es que, si podemos influir en la percepción de lo que es valioso en el campo de las letras, así también transformar el conocimiento de las personas a través de la promoción de prácticas, teorías, discursos o valores (no estoy proponiendo nada nuevo, esto ya todes lo sabemos, pero parece necesario recordarlo); porque ha sido así desde el principio de la Academia, desde su fundación, sin embargo, el conflicto se engendra precisamente desde ese origen aristócrata, cerrado, excluyente, que proyecta con mezquindad un aparente saber secreto o suigéneris.

Hace unas semanas, para nombrar esta ponencia pensé en un “reimaginar”, pues si partimos del hecho de que la mayoría de las personas allá afuera no saben siquiera que existe la filología, tenemos aún la oportunidad de construir esa imagen desde cero. Y en esta misma línea, quisiera proponer una pregunta para la reflexión de aquellas personas que estudian filología, pero esto también aplica para les estudiantes de las letras en general: Si tuviera que explicarle a alguien que ni siquiera conoce la disciplina, el porqué debemos seguir estudiando filología, ¿cuál sería su respuesta? ¿Estamos preparades para responder esa pregunta en el contexto sociopolítico que atravesamos?

La clave se encuentra en el adquirir conciencia cada une de por qué estamos estudiando las letras, posteriormente, transmitir este conocimiento que se almacena en la palabra, escrita o hablada, y el poder que se adquiere cuando sabemos interpretarlas y pronunciarlas con intención, como si de eso dependiera nuestra realidad, porque así es.

La palabra es probablemente la herramienta más poderosa del ser humano. La facultad de expresar las sensaciones, de escribir las ideas, la reconstrucción de la conciencia y la imaginación en partículas tangibles como lo son un trazo en el papel o una vibración captada por el oído, es lo que hace del humano eso que afirma ser.

Para mí la Filología ha significado adquirir consciencia de este poder magnífico que reside en los textos y en las conversaciones, en los mundos ficcionales, pero, principalmente, en el mundo que habitamos hoy. Y es el mismo amor por las palabras el que me ha llevado a esta serie de cuestionamientos que ya he expuesto ante ustedes. Con la esperanza de que repensemos hacia dónde estamos dirigiendo el saber y de qué maneras vamos a comenzar a transmitir nuestros conocimientos como parte de la tarea social que debemos ejecutar.

 

“Poniendo los puntos sobre las íes” es una sección del proyecto Esta palabra es mía, un espacio de divulgación lingüística y literaria.

 

María Annette Mora Calvo
Estudiante de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura
mariaanewedgtte.mora  @ucrdwyc.ac.cr