¿Qué sería de la ciencia sin la diplomacia? ¿Puede la diplomacia responder a los problemas contemporáneos sin el apoyo de la evidencia científica?
La colaboración entre estos dos mundos no es reciente, pero ante los cambios acelerados que vivimos, la ciencia se convierte en un poderoso aliado de la política para encontrar respuestas a los desafíos que son comunes a las sociedades de hoy.
“No podemos ignorar las transformaciones globales en la interacción transfronteriza entre personas y bienes, así como tampoco la interacción virtual que está transformando la dinámica mundial”, señaló la Dra. Marga Gual Soler, diplomática científica española.
En este contexto de constantes cambios, diversas instituciones multilaterales y científicas promueven la diplomacia científica y la incorporan en su quehacer para atender las necesidades de los países y fortalecer las relaciones entre estos, por medio de la ciencia, la tecnología y la innovación.
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Es necesario crear puentes entre ambos ámbitos, que a través del tiempo han estado muy distantes, con concepciones, valores y prácticas diferentes, pero que en el contexto actual se vuelve imperativo conectarlos.
En América Latina, la Unesco ha sido una institución pionera en el impulso de esta agenda. El M. Sc. Guillermo Anlló, de la Oficina Regional de Ciencias para América Latina y el Caribe de esa organización, destacó la necesidad de contar con una estrategia de diplomacia científica en nuestros países para responder de manera adecuada a los retos del boom demográfico, el cambio climático y las demandas energéticas.
El funcionario recordó, además, los desafíos presentes en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, adoptada en setiembre de 2015 por las Naciones Unidas, “a favor de las personas, el planeta y la prosperidad”. Este plan de acción plantea 17 objetivos y 169 metas de carácter económico, social y ambiental.
De acuerdo con Anlló, los problemas que nos afectan como sociedad global únicamente podrán ser atendidos con nuevo conocimiento y tecnología, mediante un abordaje sistémico. “Esta agenda solo se puede cumplir en un marco de ciencia abierta, y la diplomacia científica puede garantizar el derecho humano a la ciencia”, sostuvo.
En suelo nacional, la Universidad de Costa Rica (UCR) ya ha dado sus primeros pasos en esa dirección, al adoptar este año la diplomacia científica como un pilar de sus esfuerzos por conectarse con el mundo.
“La demanda de evidencia científica para la toma de decisiones en escenarios de alta complejidad seguirá aumentando, por lo tanto, es vital que las instituciones de educación superior generen cada vez más espacios de interacción con instancias diplomáticas, con el objetivo de identificar las necesidades de información de la política exterior”, según expresó la M. Sc. María Estelí Jarquín Solís, subdirectora de la Oficina de Asuntos Internacionales y Cooperación Externa (Oaice), de dicha institución.
“Mi vida daba vueltas alrededor de una proteína que estudié durante seis años. No tenía nunca acceso a ninguno de estos temas de importancia geopolítica”, comentó Marga Gual, bióloga, con un doctorado en Biociencias Moleculares, quien actualmente es directora de la empresa consultora SciDipGlobal.
Gual, así como otros científicos y científicas, ha dado el salto de la academia a la diplomacia y se dedica a la asesoría en asuntos de ciencia de cuerpos diplomáticos y en foros internacionales.
Ella participó en Costa Rica como expositora en un curso regional de diplomacia científica organizado por la UCR.
“En la mayoría de las cancillerías no hay estructuras de información científica, casi no tenemos perfiles científicos que deciden asesorar a la diplomacia”, indicó la española.
La experta ha sido asesora de las estrategias de diplomacia científica de varios Gobiernos y de la Unión Europea. Además, se le reconoce su aporte al restablecimiento de los vínculos científicos entre Estados Unidos y Cuba.
“La ciencia nos sirve como un idioma para integrar a países que no siempre han tenido las mejores relaciones diplomáticas o con largas tensiones en el plano diplomático, pero que encuentran puntos en común de colaboración a través de la ciencia”, aseveró.
La científica costarricense, la Dra. Melania Guerra Carrillo, también ha hecho la transición de la ciencia al ámbito de la diplomacia científica. Con un título en Ingeniería Mecánica de la UCR, luego realizó una maestría y doctorado en Oceanografía en la Universidad de California.
Fue gracias a las expediciones al océano Ártico que esta “embajadora” tica de los mares tomó conciencia de la necesidad de que la comunidad científica tenga voz en los procesos diplomáticos internacionales.
“Estábamos en el estrecho de Bering, que conecta al océano Pacífico con el Ártico, donde Rusia y Estados Unidos se encuentran. Había 4 km de distancia entre una isla rusa y una estadounidense, y teníamos el barco detenido justamente en el centro. Yo podía ver las casitas de un lado y del otro, y apreciar el estilo de vida tan parecido de las personas que viven allí, a pesar de que los presidentes de estos países tienen diferencias, pero comparten un patio trasero. Esto me recordó la colaboración que teníamos en el barco estadounidense con científicos rusos a bordo, pues podíamos entrar a las aguas de ellos a poner y sacar instrumentos”, narró Guerra.