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Pobreza y desigualdad social en la narrativa costarricense: 1890-1950

La pobreza y la desigualdad social en la narrativa costarricense ha sido abordada desde múltiples perspectivas disciplinarias: la económica, la sociológica, la política y la histórica. Sin embargo, poco se ha estudiado desde la óptica de la crítica literaria
24 nov 2021Artes y Letras


Ruth Cubillo Paniagua es doctora en Literatura, especialista en estudios de género, teoría literaria, literatura comparada y literatura latinoamericana. Actualmente, es docente en la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura. Además, es la directora del Programa de Posgrado en Literatura. Foto: Laura Rodríguez Rodríguez.

Mi interés por investigar las representaciones de la pobreza y la desigualdad social en la narrativa costarricense surgió al constatar que en este país dicha temática ha sido abordada desde múltiples perspectivas disciplinarias, tales como la económica, la sociológica, la política y la histórica, pero poco se ha estudiado desde la óptica de la crítica literaria, es decir, las nociones de pobreza y desigualdad social que subyacen (en algunos casos de manera muy superficial y en otros con mayor profundidad) en el texto llamado literario.

No obstante, el tema de la pobreza y la desigualdad social ha estado presente en la literatura desde hace al menos cuatro siglos e incluso dio pie a la conformación de un género literario la novela picaresca que ha tenido importantes repercusiones en la literatura occidental posterior a ella.

Parto de la idea de que la literatura es un producto cultural que siempre es fruto de un lugar, una época y una perspectiva del mundo, y el escritor de ficción siempre estará ligado a sus coordenadas espacio-temporales, con lo cual, temas como la pobreza y la desigualdad social muchas veces se cuelan en los libros de ficción, aunque la intención del autor sea hablarnos de otras cosas.

Considerando que se trata de una temática crucial para la sociedad costarricense de hoy, donde las disparidades y el incremento de las desigualdades sociales están cambiando el estilo de cohesión social preexistente, esta debe ser abordada desde múltiples enfoques para profundizar en su conocimiento y, de ser posible, aportar elementos para que se propongan soluciones (al menos parciales), y para que se evidencien esas diferencias, por lo que resulta oportuno y conveniente indagar acerca de la forma en que la narrativa costarricense ha abordado la pobreza y la desigualdad social, pues tales representaciones no son gratuitas, sino que se corresponden en buena medida con las estructuras de pensamiento imperantes en cada momento histórico. Por esta razón, propicio el diálogo entre los discursos históricos y los textos literarios, con el fin de proponer una lectura en contexto de nuestra narrativa.

Ligado a lo anterior se encuentra mi interés como investigadora de releer el canon de la literatura costarricense desde nuevas perspectivas teóricas, metodológicas y temáticas. El objetivo es plantear lecturas de estos textos que vayan más allá de las realizadas hasta el momento por la historiografía literaria y que arrojen nuevas luces sobre obras cuyo sentido hemos tendido a fosilizar o, en todo caso, a etiquetar como costumbristas, realistas o vanguardistas.

Por otra parte, estas reflexiones y lecturas también dan cuenta de una de mis grandes preocupaciones como académica de la UCR y es que las investigaciones realizadas desde esta Institución tengan un impacto y una relevancia sociales significativos, en concordancia con la disciplina desde la cual se investiga, y atendiendo a los principios que guían el quehacer de nuestra Universidad, según se establece en su Estatuto Orgánico.

En este punto es necesario que mencione las coordenadas conceptuales desde las cuales leo estos textos. Pobreza y desigualdad social son dos conceptos que han sido definidos desde las más diversas perspectivas y desde múltiples disciplinas, pero no podemos olvidar que se trata de nociones geohistóricas, es decir, que van cambiando sus significados dependiendo del momento histórico y de la región del mundo en que nos encontremos. Teniendo esto presente, retomo el planteamiento de Paulette Dieterlen (2003), de que existen dos dimensiones de la pobreza: la económica y la ética, y que es a partir de estas dimensiones que se elaboran diversas nociones de pobreza.

Dentro de la dimensión económica debemos tener presentes los problemas que la pobreza produce, tales como ciertas consecuencias para quienes carecen de lo indispensable para llevar una vida digna. En el marco de la dimensión ética, conviene recordar que la pobreza es un tema que debe generar en quienes lo abordan un serio compromiso para combatirla.

 

"Por otra parte, estas reflexiones y lecturas también dan cuenta de una de mis grandes preocupaciones como académica de la UCR y es que las investigaciones realizadas desde esta Institución tengan un impacto y una relevancia sociales significativos, en concordancia con la disciplina desde la cual se investiga, y atendiendo a los principios que guían el quehacer de nuestra Universidad, según se establece en su Estatuto Orgánico".

Ruth Cubillo Paniagua

Ahora bien, tenemos claro que los estudios de crítica literaria no tienen entre sus alcances la incidencia directa en la solución de problemáticas sociales como las que aquí se abordan; sin embargo, también sabemos que estos estudios pueden desempeñar la importante labor de poner en evidencia (para luego generar conciencia) ciertas problemáticas que la literatura, en tanto que práctica social, representa.

Por otra parte, comparto la opinión de la economista y politóloga Verónica Villarespe (2002) de que cualquier estudio que involucre el tema de la pobreza, sin importar la disciplina o la perspectiva desde la cual se realice, debe tener presente que la pobreza posee dos vertientes fundamentales: “una, la beneficencia privada y pública (…) y dos, los programas para combatirla” (Villarespe, 2002, p. 9), todo ello con la respectiva contextualización sociohistórica.

En este sentido, para el caso de Costa Rica no podemos olvidar que, al menos durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, buena parte de los modelos sociales elaborados para enfrentar la pobreza fueron heredados de España, país en el cual desde el siglo XVI el debate sobre las diversas clases de pobres (vergonzantes o mendicantes, para citar solo una de las tipologías) determinó las formas de tratamiento para cada uno de ellos.

En nuestro país, ello dio origen, en el período liberal, al surgimiento de diversas instituciones de beneficencia públicas o privadas y luego a diversas políticas tendientes a implantar un régimen de bienestar en el que todos los ciudadanos tuvieran acceso a ciertas condiciones mínimas para el desarrollo de una vida digna. Los escritores de la generación del Olimpo, por ejemplo, oscilaban entre la filantropía y las políticas liberales de bienestar social; mientras que los intelectuales radicales mostraron una mayor identificación con los pobres, y los escritores de la generación del 40 mostraron un gran compromiso ético y político con la clase obrera.

 


Algunos de los intelectuales llamados "radicales" por sus ideas ácratas o socialistas: Carmen Lyra, Joaquín García Monge, José Fabio Garnier (de izquierda a derecha, fila superior), José María “Billo” Zeledón, Omar Dengo y Roberto Brenes Mesén (de izquierda a derecha, fila inferior). Imágenes de uso libre.

 

En lo que respecta al concepto de desigualdad social coincido con Grassi y Viales al ubicar este concepto dentro de la denominada “cuestión social”, pues en sociedades que se organizan políticamente presumiendo un principio de igualdad de los ciudadanos como es el caso costarricense se produce una tensión que emerge de la desigualdad estructural (Grassi y Viales, 2012).

Asimismo, suscribo el planteamiento de Charles Tilly respecto de los elementos que permiten definir la noción de desigualdad, pues para el autor la desigualdad humana consiste en distribuir los atributos (recursos o bienes) de manera dispareja entre un conjunto de individuos, grupos o regiones. Para Tilly, “entre los bienes pertinentes se cuentan no sólo la riqueza y el ingreso, sino también beneficios y costos tan variados como el control de la tierra, la exposición a la enfermedad, el respeto para con otras personas (…), la posesión de herramientas y la disponibilidad de compañeros sexuales” (Tilly, 2000, p. 38).

Así pues, parto de la idea de que la pobreza es uno de los factores generadores de desigualdad social, pero no el único, con lo cual queda pendiente el estudio de las desigualdades sociales generadas por otros factores, tales como la orientación sexual y la etnia.

A continuación, realizaré un breve recorrido por diversas formas de representación de la pobreza y la desigualdad social, contrastando los puntos de vista de escritores y escritoras que publicaron su producción en distintos momentos históricos, en el período comprendido entre las últimas décadas del siglo XX y la primera mitad del siglo XX.

En primer lugar, se percibe una clara diferencia en la forma en que representan la pobreza los políticos e intelectuales liberales, pertenecientes a la generación del Olimpo, y la forma en que lo hacen los intelectuales radicales. Esa diferencia tiene que ver con el hecho de que los primeros en su mayoría enfocaron el problema de la pobreza desde el punto de vista del control social, es decir, plantearon la necesidad de definir y aplicar políticas públicas de higienización y de reclusión de los vagabundos o mendigos (entiéndase pobres callejeros), pero al mismo tiempo opinaron que la pobreza era un mal endémico e imposible de erradicar por completo, por lo cual quienes nacieron pobres debían aceptar su condición con una buena dosis de resignación.

En muchos de los textos de los escritores liberales “olímpicos” se evidencia con claridad la frecuente recurrencia a recursos de distanciamiento entre el narrador, que la mayoría de las veces podríamos identificar con el autor, y los pobres en sus diversas manifestaciones: niños abandonados o huérfanos (El huerfanillo de Jericó, de Manuel Argüello Mora), mendigos, enfermos (“Lázaro” de Félix Mata Valle, donde se habla de los leprosos,), o bien hombres pobres que agreden a sus hijos y mujeres, y cuya actitud agresora se agrava ante la condición de extrema pobreza (“La propia” de Magón; “Crianza de los niños campesinos” y Escenas costarricenses de Claudio González Rucavado; “Noche Buena” de Jenaro Cardona).

 

 


El huerfanillo de Jericó, publicado por entregas. Disponible en el Sinabi.

En El huerfanillo de Jericó (1888) nos encontramos con Pedro, un interesante protagonista que nos narra su trágica vida al mejor estilo del Lazarillo de Tormes, pues estamos ante un texto que sin duda posee rasgos de la novela picaresca española. Si bien Pedro es un niño pobre, huérfano y desamparado que nos cuenta su historia en primera persona, notamos aquí un claro recurso de distanciamiento empleado por Argüello Mora para denotar la enorme distancia que separaba a un individuo como Pedrillo de un honorable ciudadano como él.

 

El Lazarillo de Tormes (1554), novela anónima, es considerada como la precursora de la picaresca. Ilustración: portada de una edición original que se encontró en Badajoz en 1992. Imagen de uso libre tomada de Wikimedia Commons.
 

 

De hecho, el autor se menciona a sí mismo en el texto, pero no como personaje ni cosa parecida, sino más bien como un dato referencial que busca otorgarle verosimilitud al relato, ya que en un momento de la narración se alude a don Manuel Argüello, dueño de la hacienda bananera Nuevo Corinto, en la cual estuvo trabajando el protagonista y a la cual debe regresar hacia el final de la novela.

Toda la narración de Pedro tiene un marcado tinte naturalista-determinista, pues la descripción de su ambiente y las circunstancias que lo rodean, nos hacen pensar que estamos ante un individuo que difícilmente podrá salir de esa espiral de pobreza y degradación en la que, según los autores del Olimpo, caían irremediablemente algunos miembros de toda sociedad, destinados a ello.

No obstante, Pedro recibe una revelación que le cambia su vida y le permite salir de la pobreza, aunque al lector siempre le queda la duda de si este pícaro narrador nos estará contando la verdad y nada más que la verdad o si nos estará tomando el pelo para poder enriquecerse de manera más o menos legítima.

Es relevante el hecho de que a muchos de los escritores olímpicos ni siquiera les interesó la pobreza como tema para sus textos. Esto se acentúa en los autores pertenecientes al denominado “bando liberal” y consideramos que disminuye notablemente en los autores “nacionalistas”, aunque es necesario esperar a que aparezcan las contribuciones de los intelectuales llamados “radicales” para apreciar un cambio realmente significativo en lo que respecta al abordaje de esta problemática social.

Esta élite intelectual perteneciente al “bando liberal” al parecer percibía la pobreza como un problema que afectaba a sectores muy concretos de la población, pero a la vez como un mal endémico, como una patología social que, como dije al inicio, únicamente podía aliviarse, ya que la cura definitiva no era posible. Se perciben ciertos aires de determinismo en estos escritores, pues de alguna manera plantean que quien ha nacido pobre debe conformarse con esa condición porque es lo que le ha deparado el destino y difícilmente variará la situación, al menos de manera sustancial.

No obstante, al tiempo que estos intelectuales liberales percibían la pobreza de esa forma, en su faceta de políticos liberales generaron políticas concretas para enfrentar este problema social. Existe entonces una suerte de doble discurso entre estos autores/políticos liberales del Olimpo, puesto que en sus textos literarios plantean una posición podríamos decir que de resignación con respecto al problema de la pobreza, mientras que en el ejercicio de los cargos públicos procuraron implementar políticas concretas para mejorar las condiciones de vida de los pobres.

Por su parte, los intelectuales radicales abordaron el problema de la pobreza desde la perspectiva de la justicia social, partiendo de la idea de que la pobreza es una situación (y no una condición) en la que desgraciadamente viven algunos miembros de la sociedad, debido al hecho de que la riqueza está mal distribuida.

Algunos de estos intelectuales, en especial los que militaron en el Partido Comunista, opinaban que era necesario lograr una mejor distribución de la riqueza y por eso defendían y difundían los ideales del comunismo y del socialismo; otros en cambio pasaron por el anarquismo como respuesta a la injusticia social predominante en el mundo, y otros fueron menos radicales y se limitaron, por así decirlo, a denunciar las injusticias de las que eran testigos.

 


Carmen Lyra con algunos de sus amigos que también militaron en el Partido Comunista. Imagen tomada del Sinabi.

 

Retomo brevemente la colección de relatos Bananos y hombres, publicada por Carmen Lyra, pues aquí la autora describe la durísima realidad en la que vivían hombres, mujeres y niños en las fincas bananeras del Atlántico costarricense.

 

Portada del libro Carmen Lyra. Bananos y hombres y otros textos. Selección y prólogo de Mijail Mondol.
 

 

Antes de iniciar el primer relato, la autora incluye un párrafo en el que justifica el nombre de la colección, en concreto el orden en que aparecen los dos sustantivos, y señala:

Pongo primero BANANOS que HOMBRES porque en las fincas de banano, la fruta ocupa el primer lugar, o más bien el único. En realidad el HOMBRE es una entidad que en esas regiones tiene un valor mínimo y no está en el segundo puesto, sino que en la punta de la cola de los valores que allí se cuentan (Lyra, 1985, p 107).

Este párrafo inicial constituye un excelente programador de lectura, pues con toda claridad anuncia lo que vendrá luego. En esta colección de relatos Carmen Lyra no tiene como objetivo proponer soluciones (para eso está la acción política, para eso está la escuela) a los graves problemas que aquejan a estos hombres y mujeres; su meta es mostrar, hacer evidente ese “sol” que muchos quieren tapar con un dedo, generar conciencia entre sus lectores, alertarlos acerca de la dura realidad que afrontan tantos “hermanos costarricenses”.

En el segundo relato de la colección, titulado “Nochebuena”, se describe con detalle el ambiente hostil e insalubre en que viven los trabajadores de las bananeras y sus familias. Para imprimirle más dramatismo al cuento, la acción se desarrolla en el día de navidad y explica cómo, a pesar de ser esa fecha y de la inclemencia del tiempo (no paraba de llover), los trabajadores reciben la orden de cortar mil racimos de banano de la mejor calidad. Los hombres obedecen y se lanzan a cumplir con la tarea encomendada, pero las condiciones son tan adversas que necesitan recurrir al licor para soportar. Además, la fruta recolectada con tanto esfuerzo es rechazada porque al parecer no reúne los requisitos solicitados.

¿Y cómo celebran las navidades los peones de las fincas bananeras y sus familias? El texto nos brinda la siguiente descripción:

En el rancho de Pedro Montiel han preparado unos tamales. Ahora el río ha subido tanto, que corre sobre el piso de loso ranchos. Los convidados se han acomodado en las camas, en la mesa, en todo cuanto está elevado (…) La luz aceitosa de una lámpara de petróleo suspendida del techo de palma, alumbra la escena (Lyra, 1985, pp. 113-114).

En contraste con este panorama desolador, Carvajal describe la celebración navideña de los altos empleados de la compañía bananera, que viven en Limón, en lo que llaman la Zona; muchos de ellos son costarricenses y, al igual que los habitantes del Barrio Cothnejo-Fishy, poseen una odiosa doble moral, que la autora describe con un tono irónico y lacerante:

Para toda la gente bien de Limón, los machos [los estadounidenses] han preparado una fiesta en el Amusement Hall. El que ha recibido y transmitido la orden del rechazo de la fruta, es un buen hombre, padre amante de sus hijos que mira con indiferencia los cuernos que con los machitos le pone su mujer. Ha jugado y cantado con los niños en torno al arbolito resplandeciente y más tarde se ha emborrachado con los amigos y amigas de su mujer (Lyra, 1985: 114-115).

 

En los últimos párrafos del tercer relato de esta colección, titulado “Niños”, la autora se refiere a la descripción de las “Banana Republics” reproducida en la publicidad que las compañías bananeras difunden en Estados Unidos para promocionar su producto:

En revistas para maestros pintan a los trópicos, las tierras en donde se cultiva el banano, como el paraíso terrenal y dedican páginas enteras a los bananos de la United Fruit Co., grabados de niños sonrientes y sanos que esperan con mirada golosa el plato que una madre encantadora les está preparando, o de graciosos chiquillos que comen banano (Lyra, 1985, p. 120).

Lo que plantea Lyra es que en las fincas bananeras de la región atlántica costarricense no puede haber niños sonrientes ni madres encantadoras, no puede haber buenos maridos ni padres amorosos con sus hijos; en esas fincas solo hay desesperanza, enfermedad, dolor y muerte.

Ahora bien, casi todos los intelectuales radicales estudiados coinciden en que la educación constituye la mejor herramienta, la más valiosa, para lograr que los pobres, los obreros, los campesinos, los trabajadores tengan la esperanza de cambiar para mejor sus vidas. La educación era la única forma de quitarles la venda a estos individuos que, por diversas razones, vivían al margen, siempre en condiciones precarias y al borde del abismo.

 

Además de escritora, Carmen Lyra fue educadora y política. Junto con Luisa González y Margarita Castro Rawson, fundó la Escuela Maternal Montessoriana, un centro de enseñanza preescolar para infantes de escasos recursos de San José. Imagen tomada del Sinabi.

 

Con la llegada del Estado benefactor, en la década de 1940, así como gracias al advenimiento de la Segunda República, la sociedad costarricense experimentó cambios importantes en las formas en que se aborda y se asume la pobreza como problema social.

En este sentido, podemos decir que la narrativa producida por la generación del 40 en muchos sentidos representa la continuación de la labor iniciada por buena parte de los miembros de la generación del Repertorio Americano, pues a ambos grupos de intelectuales les interesaba realizar denuncias sociales, es decir, poner en evidencia que la sociedad costarricense estaba lejos de ser una sociedad justa, igualitaria, perfecta e idílica, en la que los pobres del campo y de la ciudad estaban cobijados por el ala del Estado protector. Ambos grupos de intelectuales tenían el claro objetivo de erosionar, o al menos poner en entredicho, el sistema oligárquico-patriarcal, instaurado por los fundadores del Estado-nación costarricense y tan exaltado por buena parte de los escritores olímpicos.

 

Publicación del Repertorio Americano. Foto: Katya Alvarado. Imagen tomada del Semanario Universidad.

 

En los textos de los escritores radicales y en los de la generación del 40, no se observa el distanciamiento que caracteriza los textos de los olímpicos respecto del problema de la pobreza como generadora de exclusión social; más bien se aprecia una fuerte identificación con los excluidos socialmente en razón de su clase social. La conciencia social de los escritores radicales y de los escritores de la generación del 40 se explica en buena medida por la formación política que estos intelectuales recibieron, así como por sus militancias partidistas.

A nivel temático la generación del 40 realiza pocas rupturas respecto de la producción literaria de los escritores radicales (generación del Repertorio Americano), pero en lo referente a las estrategias y las formas de escritura, sí podemos decir que se opera una ruptura importante, sobre todo si pensamos concretamente en dos integrantes de la generación del 40: Yolanda Oreamuno y Joaquín Gutiérrez.

 

En próximas entregas nos referiremos con mayor detalle a la escritora Yolanda Oreamuno. Imagen de uso libre.

 

Gutiérrez publica Manglar en 1947. La protagonista es Cecilia Morales, una joven maestra de 25 años, que emprende un largo viaje hacia Tilarán, Guanacaste, con el fin de establecerse como docente en el caserío de Naranjos Agrios, distrito de Tierras Morenas. Esta novela resulta innovadora en varios sentidos: primero, porque Gutiérrez literaturiza la realidad social y profundiza en la psicología de los personajes, en especial de la protagonista; segundo, porque la mayor parte del texto tiene como escenario la provincia de Guanacaste, escasamente presente en la literatura nacional, y tercero, porque la protagonista es una mujer, lo cual también resultaba poco frecuente en la narrativa costarricense producida en la década de 1940 y décadas anteriores.


Joaquín Gutiérrez, Isaac Felipe Azofeifa y Fabián Dobles. Imagen tomada del perfil de Facebook Costa Rica y su historia.

 

 

Gutiérrez logra conjugar muy bien en esta novela el desarrollo de dos problemáticas fundamentales: la personal de Cecilia, y la social de los campesinos y los obreros y sus familias. Esto se evidencia muy claramente cuando Cecilia regresa a su casa de San José, donde se narra la misión que el Partido Comunista le encomienda a Francisco, el joven sindicalista, y en la cual también participa de rebote Cecilia. Esta misión consistía en infiltrarse en la finca de los Krauders para fundar una célula, pues los trabajadores de esa finca estaban siendo explotados por sus empleadores debido al bajo salario que recibían y el Partido quería sindicalizarlos.

 

Carmen Lyra entre Adela Ferreto y Manuel Mora, uno de sus compañeros en el Partido Comunista (1936). Imagen: Museo de los Niños.

 

Al final de esta misión, Francisco y Cecilia tienen un encuentro sexual que cambia radicalmente la vida de Cecilia, criada en una familia bastante conservadora, con una madre controladora y rígida, y un padre alcohólico que procuraba comprender a sus hijos y ser cariñoso con ellos, pero que debido a su alcoholismo les causaba dolor.

Durante su estancia en Tilarán, Cecilia adquiere una mayor conciencia social, pues tiene ante sus ojos las terribles condiciones en las que viven muchos de los campesinos de aquella zona, pero también es durante ese período que la sexualidad de Cecilia despierta, pues ella siente una fuerte atracción física y sexual por Pedro “el Indio” Grajales, un joven de edad similar a la de Cecilia que también asiste a la escuela como estudiante:

De pronto, le pasó por la mente la imagen de su madre, pero ¿cómo hacerle entender que ya ella no era la misma de pocos meses atrás, que algo en su vida había cambiado, y, no algo ¡que todo había cambiado! Hacerle entender que era como si en el fondo de su alma algo hubiera ido madurando, solapada, silenciosa, irrevocablemente? (Gutiérrez, 2002, p. 126).

La pobreza extrema en la que viven muchos de los habitantes de Tierras Morenas es presentada por un narrador omnisciente que procura brindarnos la perspectiva de Cecilia, pero que en muchas ocasiones nos muestra un poco más. Es claro el contraste que este narrador establece, por ejemplo, entre los estudiantes de Cecilia y el gobernador y su esposa (ambos obesos y sonrosados, hartos de tanto comer y beber). Queda clara así en la novela la profunda desigualdad social persistente en Guanacaste.

Finalizo así este breve recorrido por algunas representaciones de la pobreza y la desigualdad social en la narrativa costarricense. En otro momento continuaré con la indagación acerca de cómo se representan estas problemáticas en los textos narrativos publicados en Costa Rica después de 1950 y hasta el presente.

Referencias bibliográficas

Dieterlen, P. (2003). La pobreza: un estudio filosófico. México: Fondo de Cultura Económica.

Grassi, E. y Viales, R. (2012). Introducción. Desigualdad y políticas sociolaborales en América Latina. Estudios y diagnósticos de problemas persistentes. Revista de Ciencias Sociales, 135-136 Especial (I-II), 13-22.

Gutiérrez, J. (2002). Obras completas. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica.

Lyra, C. (1985). Los otros cuentos de Carmen Lyra. San José: Editorial Costa Rica.

Tilly, Ch. (2000). La desigualdad persistente. Buenos Aires: Manantial.

Villarespe, V. (2002). Pobreza. Teoría e historia. México: Instituto de Investigaciones Económicas, Universidad Nacional Autónoma de México.

En el marco del Bicentenario de la República, el proyecto Esta palabra es mía les presenta el especial “Letra por letra”, una serie de ensayos sobre la literatura costarricense.

Ruth Cubillo Paniagua
Profesora de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura
ruth.cqeocubillo  @ucrzlsc.ac.cr