Logo Universidad de Costa RicaUniversidad de Costa Rica
Letra por letra

La colonialidad en las representaciones literarias costarricenses: a propósito de 'Cuentos ticos'

Una lectura crítica de los 'Cuentos ticos', de Ricardo Fernández Guardia, nos hace repensar nuestro pasado y, sobre todo, sopesar nuestro presente, cargado aún de racismo, clasismo y machismo, en sus múltiples formas
27 oct 2021Artes y Letras

 


José Pablo Rojas González es doctor en Romanística, especialista en literatura y estudios latinoamericanos. Actualmente, es docente e investigador en la Escuela de Estudios Generales. Karla Richmond

 

El escritor e historiador costarricense Ricardo Fernández Guardia (1867-1950) publicó, en 1901, un libro titulado Cuentos ticos. Este trabajo literario apareció en medio de una intensa polémica, que es necesario referir para entender mejor su lugar dentro de la historiografía literaria nacional.

La polémica (recogida por Alberto Segura Montero, 1995) ocurrió entre 1894 y 1902, principalmente en los medios impresos del país. Se llamó la “polémica del nacionalismo en literatura” y se dio a partir de la publicación del primer libro de cuentos de Fernández Guardia, titulado Hojarasca (1894). Carlos Gagini, otro importante autor nacional, le preguntó a Fernández Guardia, en una carta pública, que por qué no escribía sobre “temas nacionales”, ya que, según él, sus cuentos —los del historiador— eran muy “europeos” (en todo, no solo en las temáticas, sino también en la ambientación, en el tipo de personajes, etc.).

 

 

En la imagen, Ricardo Fernández Guardia y Carlos Gagini, protagonistas de la polémica del nacionalismo en la literatura.
Las cartas públicas que se intercambiaron estos y otros escritores fueron recogidas y publicadas por Alberto Segura Montero en su libro La polémica (1894-1902): el nacionalismo en la literatura.

 

Fernández Guardia le contestó que no lo hacía porque para él nuestro pueblo era sandio, no tenía gusto alguno y, por ello, no lo inspiraba en nada. Lo dijo también así: “Se comprende sin esfuerzo que con una griega de la antigüedad, dotada de esa hermosura espléndida y severa que ya no existe, se pudiera hacer una Venus de Milo. De una parisiense graciosa y delicada pudo nacer la Diana de Houdon; pero, vive Dios, que con una india de Pacaca sólo se puede hacer otra india de Pacaca” (carta 2).

 

 

El cuentario Hojarasca, de Ricardo Fernández Guardia, se publicó en 1894. Los comentarios de Carlos Gagini sobre este libro dieron inicio a la polémica del nacionalismo en la literatura. En la imagen observamos la edición de la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED), impresa en el 2004.
 

 

 

Esta comparación, en la que se mueven valores estéticos y civilizatorios racistas, desató la controversia entre los intelectuales costarricenses de la época, quienes se dividieron entre nacionalistas (los que seguían a Gagini) y cosmopolitas (los que apoyaban a Fernández Guardia). La polémica del nacionalismo en literatura se extendió hasta principios del siglo XX y tocó a las figuras más importantes de ese momento, como Pío Víquez, Joaquín García Monge, Manuel González Zeledón y Jenaro Cardona.

Gagini, en sus cartas, le reclamó a Fernández Guardia su desprecio por lo nacional. Dice en una de ellas: “El que ha pintado de mano maestra a Sevilla, ¿por qué no hacer otro tanto con lugares que conoce mejor y a los cuales profesa más cariño? (carta 1). La pregunta que surge en este punto es: ¿a qué se refiere Gagini con “lo nacional”? ¿Tiene lo nacional alguna relación con lo indígena, según la oposición que marca Ricardo Fernández Guardia? Una lectura minuciosa de la polémica lo aclara. El afecto que menciona Gagini no se relaciona con lo indígena ni con las expresiones ligadas a este importante “abuelo” en nuestra configuración étnica mestiza.

Para Gagini, los indígenas eran unos “salvajes” que no tenían cabida en el ideario nacional costarricense. Los intelectuales nacionalistas realmente los ocultaron, ya que —para este grupo— hacer referencia a ellos era señalar su “problema”, su “estigma”. Para justificar lo anterior, basten estas palabras que Gagini le dirige a Fernández Guardia: “no sólo hay salvajes en Costa Rica, ni a ellos me refiero cuando hablo de asuntos nacionales” (carta 3). El proyecto del nacionalismo en literatura fue, por lo anterior, un proyecto “blanqueador”. La idea era promover, en el campo de la representación identitaria nacional, los parámetros de civilización europeos.

Como explica Miguel Rojas Mix (1997), la idea de civilizar se vincula, en el siglo XIX, con la noción de progreso. Según este estudioso, desde que los diversos países de América Latina declararon su independencia, la preocupación por el “progreso” apareció en la base de todos los proyectos de identidad nacional. Encontrar un sujeto que representara el “progreso nacional” fue el fin de los intelectuales y políticos costarricenses de la época. Así, la figura elegida fue la del campesino/mestizo (no debemos olvidar que el campesino adquiere importancia en tanto se conforma como una clase trabajadora al servicio de la burguesía de entonces).

 


La construcción del imaginario nacional no solo se evidencia en la literatura, sino también en otros productos culturales. En la Alegoría del café y del banano, del pintor italiano Aleardo Villa, encontramos ese mismo discurso de “blanquitud”: campesinas blancas y esbeltas (parecidas a las italianas) son las encargadas de cultivar el "grano de oro". Mientras tanto, en los márgenes, el cultivo del banano está en manos de la población negra.
Esta pintura tipo mural la encontramos en el techo del Teatro Nacional. Posteriormente, se imprimió en los billetes de cinco colones.
Imagen: sitio web del Museo Nacional de Costa Rica.

Sin embargo, el campesino es representado, en nuestra literatura, de manera ambigua. Así como encontramos campesinos a la europea (piénsese en la blanca y rubia Cundila, la protagonista de El moto, 1900), también encontramos los campesinos que representa Fernández Guardia en sus Cuentos ticos. Los campesinos, en este último caso, aparecen estrechamente vinculados con lo indígena; el campesino, por ello, es representado como un “bárbaro”, caracterizado usualmente por su “estulticia” (como también sucede —aunque de otra forma— en los cuentos de Magón). Este tipo de representaciones aún hoy las encontramos y las reproducimos, sobre todo los sujetos más vinculados con la ciudad, es decir, con el orden considerado como “civilizado”.

Lo indígena —de acuerdo con el esquema de pensamiento heredado del período colonial y reproducido por Ricardo Fernández Guardia y otros autores nacionales de la época— es “natural”, “salvaje”, “incivilizado” y está, por lo tanto, alejado de la idea de cultura misma, una idea que también hemos aprendido de Europa. A partir de lo anterior, es claro que la exclusión de “lo indio” en la polémica, como en la literatura costarricense, demuestra esa necesidad que desarrolla el sujeto cultural colonizado americano (Cros, 1997) por borrar, ocultar o satanizar todas las representaciones que lo liguen con la naturaleza, lo irracional, lo femenino, lo bárbaro, etc., con el fin de identificarse con los valores contrarios, vinculados todos con “lo civilizado”.

La pregunta que surge ahora es: ¿por qué Ricardo Fernández Guardia —luego de haber dicho que no podía escribir sobre lo nacional— publicó, en 1901, un libro con semejante título: Cuentos ticos? ¿Cómo interpretar este movimiento? ¿Realmente hubo una modificación en la postura de este autor? Desde mi punto de vista, no fue así. La publicación de Cuentos ticos fue un nuevo aporte a la polémica, con el que Fernández Guardia ratificó sus criterios y, sobre todo, las contradicciones activadas por el proyecto nacionalista en literatura.

Desde el título, Fernández Guardia caracteriza sus cuentos y los inscribe dentro de “lo nacional”, gracias al gentilicio adjetivado: ticos. Como sustantivo, este gentilicio señala una singularidad en la colectividad “tica”. ¿Cuál es esta? Claramente, “lo tico” tiene que ver con una comunión a través del habla, por el uso general que se hace de expresiones con la terminación ‘ico’. Además, hay que considerar el valor morfológico de ‘[t]ico’: es un diminutivo el que define al “ser nacional”. Así, podemos leer en el título de este cuentario una inferiorización de lo costarricense, ya que solo puede ser dentro de los límites de su “pequeñez”. Estamos, por lo anterior, ante “literatura tica”, no “literatura costarricense”…

En esta misma línea, y si nos acercamos a Cuentos ticos con una nueva mirada, encontraremos que los sujetos nacionales son representados como sujetos “inferiores”, “sospechosos”, sobre todo los campesinos, los indígenas, los negros y los chinos. Estas figuras, en los relatos de este autor, se tornan “monstruosas”, se caracterizan por su “fealdad” en diversos sentidos, pero sobre todo en el sentido de su lejanía en relación con los “valores de civilización”.

En el fondo de las representaciones de Cuentos ticos, realmente se encuentran las estructuras socioculturales y sociohistóricas que les asignaban (que aún les asignan) un lugar inferior a aquellos sujetos que se salen del paradigma patriarcal occidental. Como se evidencia en Cuentos ticos, no está en la misma posición sociocultural una campesina de Alajuela que una citadina “de raza” (europea, por supuesto), ni tiene el mismo rol (ni el mismo valor social) un soldado rubio y de ojos azules (aunque le guste el guaro de contrabando), que un chino esclavizado durante la construcción del tren al Atlántico o unos negros, “salvajes” y “exóticos”, del Caribe. Las representaciones de todos estos sujetos determinan características que están fundadas en los sistemas jerarquizados de género, de clase y de “castas”, que hemos aprendido desde el período colonial y que, en uno u otro grado, se mantienen hasta hoy (aunque nos neguemos muchas veces a verlos o a aceptarlos).

Las representaciones que hizo Ricardo Fernández Guardia del “tico” son realmente ambiguas, se mueven entre el elogio y la injuria (entre lo bello y lo monstruoso), y plantean, por ello, pinturas inciertas de los “sujetos nacionales”. El elogio, en los cuentos de dicho autor, se da a partir de las características “civilizadas” de algunos personajes (por su educación esmerada, sus rasgos blancos y finos, sus principios morales y religiosos, por su disposición para el trabajo, etc.). La burla se da a partir de la relación que se establece entre ciertos sujetos y lo indígena (o “lo salvaje”). Cualquier rasgo que Fernández Guardia encuentre impropio de lo europeo es razón de menosprecio en su trabajo representacional. El sujeto nacional es, por ello, irrepresentable como sujeto pleno, ya que no cabe dentro de los límites de “lo normal”, de “lo hermoso”, de “lo civilizado”, según los esquemas que hemos aprehendido de Europa.

Solo me resta invitar a los lectores para que revisiten los cuentos de Ricardo Fernández Guardia (y los de otros autores de la época), pero con una mirada libre de ingenuidad. Estos cuentos hay que leerlos con un ojo crítico que nos haga repensar nuestro pasado y, sobre todo, que nos lleve a sopesar nuestro presente, cargado aún de esos males tan difíciles de erradicar: el racismo, el clasismo y el machismo (en sus múltiples formas).

Portada de Cuentos ticos, de Ricardo Fernández Guardia, edición de la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED), publicada en el 2004.
 

 

Referencias bibliográficas

Cros, E. (1997). El sujeto cultural. Sociocrítica y psicoanálisis. Buenos Aires: Corregidor.

Fernández Guardia, R. (2004). Cuentos ticos. San José: EUNED.

Fernández Guardia, R. (2004). Hojarasca. San José: EUNED.

Rojas Mix, M. (1997). Los 100 nombres de América. San José: Editorial de la UCR.

Rojas González, J.P. (2018). La representabilidad imposible: Un análisis de Cuentos ticos, de Ricardo Fernández Guardia. San José: EUNED.

Segura Montero, A. (1995). La polémica (1894-1902): El nacionalismo en literatura. San José: EUNED.

En el marco del Bicentenario de la República, el proyecto Esta palabra es mía les presenta el especial “Letra por letra”, una serie de ensayos sobre la literatura costarricense.